Ciro

18 de Mayo del 2011 - Juan Antonio Sáenz de Rodrigáñez Maldonado (Luarca)

Transcurre el año 569 a.C., cuando Mandane, hija de Astiajes, rey de los medos, da a luz a Ciro. Mandane había contraído matrimonio con Cambyses el persa. El matrimonio tiene lugar por expreso deseo de Astiajes. La razón que mueve al rey medo a entregar su hija como esposa al persa tiene que ver con dos sueños.

Sueña Astiajes que la incontinencia de Mandane acaba anegando toda Asia de orina. La versión de los magos de palacio fuerza al rey a casar a la hija con Cambyses. Después de casada Mandane, Astiajes sueña que una parra, cuya raíz se hunde en el cuerpo de la hija del monarca, proyecta su sombra a todo lo largo y ancho de Asia. De ambos sueños el vaticinio es el mismo. El monarca obra en consecuencia y, al nacer su nieto Ciro, al privado Hárpago confía la ejecución de la criatura.

En la firme determinación de llevar a cabo la orden expresa de su señor, ciertas consideraciones hacen cambiar de parecer al privado. Ahora, Hárpago se dirige a las faldas norte de los montes de Ecbatana, las que miran al ponto Euxino, lugar donde el mayoral lleva a pastar las vacas del rey. A Mitradotes, así como se llama el pastor de vacas, Hárpago encarga la muerte del recién nacido. Coincide que, en aquellos días, la mujer de Mitradates había dado a luz un niño muerto. Esta circunstancia cambia la suerte de Ciro, quien pasa a convertirse en el hijo de los vaqueros y el nacido de la vaquera es enterrado como nieto del monarca.

Mas la rueda del destino viene a desvelar la condición real de Ciro, cuando cuenta diez años de edad. De este hecho tiene conocimiento Astiajes, quien ordena traer a su presencia al nieto. El rey cena organiza, en la que es servida a los comensales el cuerpo del hijo del desleal Hárpago.

A partir de este momento cobra realidad el vaticinio: si el niño vivía era indispensable que reinase. Bien en el error, bien con el ánimo de agradar a su señor, bien por negarse a ver lo que amenaza llegar, los magos vaticinan a Astiajes que la muerte le sorprenderá en el lecho como rey de los persas. Nada hay en los signos, aseguran aquellos, que justifique el desasosiego en la almohada del monarca de los medas; nada que haga temer que Ciro acaudille al pueblo persa, arrebate el trono al abuelo, y dé la condición de sometido al que, con su rey Astiajes, es pueblo invasor. Argumentan los magos que, puesto que Ciro había sido rey en sus juegos, razón por la que se descubre su origen de cuna, el vaticinio de aquellos dos sueños se ha realizado. Sombras chinescas en la mente, Astiajes envía a Ciro a Persia con sus padres, no sin antes disculparse por el error en la interpretación de los signos.

En el banquete de la ira, la fatalidad sirve las copas. Alcanzada la edad en la que la ambición aguijonea la voluntad, Ciro consciente de estar llamado a ser el Grande de Persia, aviva en su pueblo la esperanza de someter al invasor. La concatenación de circunstancias es propicia al joven persa. En ésta se encuentra Hárpago, entregado a restar voluntades de adhesión a la corona meda; a él confía Astiajes la defensa de la casa real.

En el mundo sublunar ha tenido lugar la derrota vergonzosa de Astiajes, el desquite de una cena en Hárpago y el yugo en la cerviz de los medas.

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