A propósito del caso Eluana
Es muy difícil abordar un tema que nos lleva hasta el límite mismo de nuestra realidad. Estamos empapados en una cultura, la occidental, que camina en otra dirección, la de la vanidad, que prefiere ocultar el lado oscuro para centrarse en el claro. Lo creen más rentable.
Podemos intentar buscar respuestas allí donde no las hay, sin entrar en disputas, ni mucho menos en imposiciones relacionadas con el poder, sea de un tipo o de otro. Lo primero a plantearse es la idoneidad o no de una medida partiendo de varias preguntas: ¿el uso de un recurso en una persona sin posibilidad de recuperación deja desprotegida a otra que sí la tiene? No parece que sea éste el caso, tratándose de un país avanzado. ¿Es desproporcionada la intervención? Ante la duda sobre la evolución del paciente siempre hemos de buscar su recuperación, y si no es posible, su bienestar, tal como recoge nuestro código de ética y deontología médica (artículo 28-2). ¿Supone algún beneficio para ella mantener la alimentación y la hidratación después de 17 años en coma? Supone mantener una vida inconsciente. ¿Es esto vida? Depende de lo que cada uno establezca como tal.
Para unos prima la vida a toda costa, independientemente de las dificultades, pero caen en contradicción al justificar y ensalzar a algunos que prefirieron morir a dejar pisar sus creencias –cuestión de dignidad–, y también al considerar a la ciencia como un algo omnipotente, por encima de la naturaleza.
«Hay que acercarse al paciente con un sano realismo que impida dar a la persona que sufre la ilusión de la omnipotencia de la medicina» (Juan Pablo II).
Otros defienden como pilar básico la libertad y alegan que las dificultades son indignas y atentan contra ella –otra vez la dignidad–. Se olvidan de que muchas dificultades nos ayudan a crecer y, precisamente, a ser más libres. Es más, si lo que buscan es una mayor libertad ésta sólo se consigue mejorando el entorno, para poder evitar estas situaciones, porque sólo así, cuando llegue el problema, podremos decir que como sociedad le hemos brindado la mayor libertad posible. Pero el desamparo que arrastra al enfermo y a la familia, como consecuencia de la falta de medios y de formación al respecto, es decir del clima adecuado, es todo lo contrario a garantía de libertad. Están siendo limitados en su decisión. ¿Hay acaso compromiso?
«Nuestro amor por la verdad se conoce más que nada en la manera que tenemos de recibir las «verdades» que «otros» nos ofrecen» (Rabindranath Tagore).
El mejor punto de partida: dejar de un lado todo tipo de contradicciones. La contradicción nos conduce a esquivar los problemas y por lo tanto las soluciones. No establece puentes entre distintas corrientes. Las vuelve más extremas y las aleja de la sensatez. Y sensatez es prever los acontecimientos, prepararse para que no nos cojan por sorpresa, como también lo es no hacer bandera de un solo caso, cuando otros muchos, además de condenados a una existencia dolorosa, quedan interesadamente en el olvido (¿a cuántos enfermos en situación terminal les facilitamos el acceso a una correcta asistencia?). Volvemos al inicio. Parece que lo de menos es el sufrimiento del enfermo y de su familia, lo importante es qué opinión prevalece sobre la otra: una lucha de poder. ¿Es humano mantener o no una vida para mayor gloria de algún grupo de opinión?
Subtítulo: Sólo la flexibilidad puede hacer que nos aproximemos al enfermo
Destacado: La duda bien ejercitada conduce a la dicha, es edificante; pero aquí no se habla de dudas: todos proclaman sus certezas
«Todos vivimos bajo el mismo cielo pero ninguno tiene el mismo horizonte» (Konrad Adenauer).
Sólo la flexibilidad puede hacer que nos aproximemos al enfermo. No es un número, ni siquiera es un caso... es una persona. Es un alma instalada en un cuerpo. ¿Puede una filosofía de vida imponer sus reglas a alguien en concreto? ¿Los conceptos absolutistas acompañan a la verdad? ¿Tiene algo que ver ésta con la coherencia? La duda –la búsqueda– y la perseverancia son los mejores argumentos para prosperar. ¿Se puede entender que la prosperidad esté desligada de la dicha? No. Luego la duda bien ejercitada conduce a la dicha, es edificante. Pero aquí no se habla de dudas: todos proclaman sus certezas.
«En realidad uno sólo sabe cuando sabe poco; con el saber crece la duda» (Johann Wolfgang Goethe).
¿Admitiríamos como correcto algo que hace desgraciado al hombre? No. Sin embargo, sí nos dejamos llevar por tendencias –ahora, y siempre, enfrentadas– cuya razón de ser es poner obstáculos como mecanismo básico para controlar.
El debate parece centrado en la alimentación. La alimentación y el agua son vitales pero convendría recordar que «no sólo de pan vive el hombre». Cualquier persona necesita tener vivo su espíritu, un enfermo incurable aún más porque tiene que encontrarse a sí mismo en medio de la cárcel del cuerpo. Cuando no se puede ser uno mismo quedamos secuestrados. Y cuando además no hay esperanza podemos llegar a la desesperación o podemos subir un escalón más en nuestra maduración y alcanzar la aceptación de lo que es.
«Lo óptimo no es siempre lo máximo. El conocimiento no consiste tanto en una imposición como en un acomodo a las cosas. Cada cosa reclama su nivel de atención y también de intervención. Debemos ser vulnerables a cada respiración, a cada sístole y diástole de lo que nos rodea» (Xavier Ruber de Ventós).
Hemos crecido técnicamente, nos hemos alejado de la naturaleza, de la que seguimos formando parte, y al unísono la sociedad se ha hecho más radical, y más hipócrita –lo que importa son los fundamentos que sostienen a las ideas, no la vida en sí misma–. Vivimos en una cultura centrada en el progreso, obsesionada con la capacidad de poder cambiarlo todo. Está bien beneficiarse de este impulso, siempre que no sea a costa de hipotecar permanentemente nuestra serenidad –bienestar–. Insistir que todo está al alcance de nuestra mano no sólo es pretencioso, es abrirle las ventanas de par en par a la angustia, al miedo. La aceptación de lo inevitable lo diluye. Pero esto no interesa: cuanto más miedo menos libertad y más fuerza para las ideas jerarquizadas. Lo que necesitamos es que nos enseñen a vencer el miedo, no a vivir esclavos de él.
Juan Navarro Campoamor es médico asturiano y autor de dos libros sobre cuidados paliativos.
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