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Podemos ser más pobres, pero no más estúpidos

9 de Junio del 2011 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

«Las batallas hay que darlas siempre». Pero hemos fracasado en el uso de nuestro tiempo para dejar un mundo mejor a la generación siguiente. En cambio hemos conseguido el enriquecimiento partidista y el empobrecimiento de los demás, así como una ausencia ética y educativa que impide se pueda plantear un mundo mejor, un mundo posible sin recurrir a la búsqueda de falsos paraísos naturales, un paraíso imposible si se olvida la búsqueda constante de energía y progreso. El único progreso que se puede asumir es el de crear criaturas metálicas con las que poder alcanzar los planetas dejando que los robots fabriquen robots y se multipliquen por el sistema solar creando fábricas para la producción de nuestras necesidades tecnológicas aquí en la Tierra. Pero no hacemos eso, sino que luchamos por objetivos estúpidos que no sólo perjudican a todos, sino que acabarán perjudicando a los mismos que pretendían aprovecharse de ellos. Nuestros jóvenes no tienen otra alternativa que el hartazgo y la indignación: «Reflexiono, luego me indigno» (pude leer en la espalda de una joven). Espero que no dejen de reflexionar nunca, porque el abismo de futuro al que les dirigimos será el suyo. Un futuro de esclavos o liberados; de sometidos a la ambición egoísta o, tras alcanzar los planetas por medio de los robots, ser liberados por ellos y gozar de Gaia como un santuario natural de seres vivos. Pero para ello debemos romper con un sistema que, habiendo llegado al punto del desarrollo tecnológico que hemos logrado, sólo ambiciona acaparar riqueza, obviando su reparto democrático. Debemos lograr una actividad libre que nos haga ser competitivos y ser capaces de exportar el logro de nuestro esfuerzo, porque ese es nuestro fracaso: nuestros jóvenes son explotados y el resultado de esa explotación ni siquiera es un mayor poder económico, o libertad de acción y creación, sino depender de ayudas y no tener trabajo. Además, en una pareja, si es que trabajan, deberán trabajar los dos más y más horas alienados sin alcanzar poder formar familia: ese entorno propio en el que se busca el crecimiento personal en compañía, un entorno situado en un territorio único e inigualable: la vivienda. Pero el hogar, la vivienda, la familia son conceptos desvirtuados; son bienes que hemos arrebatado a los jóvenes que, incluso trabajando los dos (él y ella, ella y ella, él y él), deben hipotecarla. Por tanto: el territorio personal donde crecer está hipotecado. Si miramos a su vocación (ese otro entorno donde crecer personalmente y contribuir al desarrollo de la sociedad), esa vocación no la pueden desarrollar porque deben sobrevivir con el trabajo que, su amo (el mercado laboral y económico), les dicte. ¡Si es que el sistema no funciona! El obrero ha muerto, el desempleo tecnológico ha hecho su aparición y el reparto de la riqueza se hace inexistente sin trabajo, mientras el petróleo y la energía fácil desaparece sin que lleguemos a desarrollar la energía de fusión del sol, o esos otros asuntos tecnológicos que la ciencia ya ha descubierto, pero que no son objetivo de un estúpido e irresponsable poder económico, frente al que estamos completamente desarmados.

Realmente podemos ser más pobres, pero no más estúpidos; estamos usando muy mal el tiempo que tenemos para que el progreso sea posible.

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