Necedad

25 de Mayo del 2011 - Francisco Domínguez Menéndez (Avilés)

«Se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen talento». Santiago Ramón y Cajal.

Si quien no teniendo talento piensa que lo posee y además tiene seguidores que aplauden su estupidez, una de dos: o sus discípulos son la propia familia, cosa perdonable, pues todos estamos sometidos a la dictadura de la genética, o el incondicional alcanza cotas de miseria que solo las justifica la necesidad de subsistencia.

Parece bastante claro que la necedad perjudica menos al imprudente que a su entorno más próximo; incluso, me atrevería a decir, afecta en mayor medida a los más distantes del sujeto discordante, esos destinatarios últimos que no existen para el necio porque no entran en su ámbito de abstracción. El necio solo piensa en sí mismo, el resto de la humanidad no cuenta, ya que sus razones son más poderosas que la evidencia. Podría decirse que la patología del terco, enredado en su estupidez, hace más daño a los demás que a sí mismo. El enfermo de vaciedad no es consciente de su torpeza hasta que el trágico destino lo conduce irremediablemente al abismo, aunque, para entonces, el viaje a ninguna parte ya no tenga retorno.

Un necio siempre encontrará a otros necios subalternos que le admiren y le acompañen en su huida hacia delante, son los teloneros que abren las puertas del absurdo al protagonista del espectáculo. Éstos simples, por propia definición, no tienen carácter propio, reflejan la estupidez de su guía espiritual, incluso la amplifican en grado superlativo tal que hacen de la necedad un acto sublime de arrogancia.

Como el necio en su necedad no sabe que lo es y esta condición se aprecia desde la subjetividad del evaluador externo no iluminado por ninguna taxonomía científica y, por tanto, falto de la rigurosidad exigible, puede suceder que una apreciación apresurada nos induzca al equívoco, por eso se hace necesaria la observación prolongada del sujeto para asegurar un diagnóstico fiable. Pasados siete años de vigilancia y análisis riguroso, la patología del necio queda meridianamente clara. No cabe error en el diagnóstico.

Digamos que hablo de Zapatero, aunque este adjetivo pudiera aplicarse con todo merecimiento a su predecesor y al seguro sucesor en el cargo, visto el diferencial de confianza que arrojaron las urnas. Zapatero, Aznar y Rajoy vienen a ser los tres grandes necios, por razones distintas pero equidistantes, que dio la política española en el último periodo democrático. ¡Dios, qué gran país si hubiera buenos gobernantes!

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