En memoria de mis padres diez años después
Sábado, 6 de marzo de 1999, debían de ser las ocho de la mañana. Oí a mis padres que se iban ya, y decidí levantarme para pedirles dinero para salir ese sábado por la noche. Me lo dieron, como siempre, y lo último que me dijeron fue por qué no iba con ellos, les dije que sí había tenido esa intención, pero entre semana nos habían adelantado el partido del Real Oviedo para ese mismo sábado, y que esa cita, para mí, era ineludible (sigue siéndolo). Ellos, aunque amantes del futbol, no eran precisamente aficionados de ningún equipo en concreto y nunca entendieron la locura tanto mía como de mi hermano por nuestro equipo, nuestro Real Oviedo. Mucho he pensado acerca de este acontecimiento, puede que ese partido me salvase la vida (por cierto, perdimos por 1 a 2), pero también me la cambió por completo. Lo siguiente que pasó fue una llamada de teléfono a mi clase de informática donde iba los sábados por la mañana con mi padre (me río de lo complicado que le parecía todo ese mundo, pero me divertía muchísimo hacer cualquier cosa con ellos desde niño), salir corriendo a buscar a mi hermano, encajarlo los dos muy mal y, a los cinco minutos, levantar la cabeza y ponernos en marcha. A esas horas sabíamos que habíamos perdido a mi padre; mi madre, al menos, estaba viva, pero muy mal, por lo visto. Ese maldito día nunca se me olvidara, ni esa carretera, ni lo que pasó después, que fue el fallecimiento de mi madre por la tarde en el Hospital Central. Nunca olvidaré al médico que me dijo que mi madre, todavía consciente, sólo preguntaba por mi padre, porque a pesar de todo eran dos personas que se querían, que estaban enamorados el uno del otro, y eso me hace sentirme más orgulloso de ellos aún.
Esta carta está íntegramente dedicada a ellos, a dos personas que dieron todo, incluso su vida, por sus hijos y su familia. Dos personas que merecieron el mayor de los reconocimientos que les pueden dar sus hijos, que es acordarse de ellos y quererlos por siempre jamás. Dos personas que lucharon y trabajaron de sol a sol todos los días del año para que a sus hijos y familia no les faltase de nada. Quiero que sepáis que me siento muy muy orgulloso de ser vuestro hijo, y que con palabras no soy capaz a expresar lo que siento y el dolor que muchas veces me recorre el cuerpo cuando me acuerdo de vosotros, es algo muy difícil de llevar.
Lo que más me molesta de esta situación es no poder volver a teneros delante de mí, aunque fuesen dos minutos, para poder abrazaros y deciros lo que siento, lo que sentí siempre por vosotros, esto es lo más frustrante de todo, el no poder abrazaros una sola vez más, y aquí supongo que a mucha gente que estará en mi misma situación les pasará lo mismo, es algo insoportable.
Mi padre se llamaba Francisco García González, natural de Novales, en Cantabria, catedrático de Filología Española en la Universidad de Oviedo, nunca he conocido a persona más tranquila y centrada, nunca levantó la voz, no creía en el castigo, sino en la educación, y, sobre todo, en la buena fe de la gente, y mi madre, María Pilar Fernández Cano, una trabajadora incansable (de la cual heredé casi todo, mi carácter, mi forma de ser, mis ganas de esforzarme, el ser una persona cumplidora aunque a veces con un carácter fuerte –esto, por cierto, lo dicen mis amigos de mí–, si llegáis a conocer a mi madre.... eso sí, ese carácter nunca se lo mostró a sus hijos, simplemente, en defensa de ellos).
Me acuerdo de mil cosas, de pequeños detalles que aquí no contaré, ni a nadie en mi vida, pequeños recuerdos que a veces me hacen llorar o reír, pero cosas, todas ellas, que hace que os tenga siempre presentes. Quiero que sepáis que para mí, diez años después, seguís siendo lo mejor que he conocido, y que haría cualquier cosa por volver a veros algún día.
Y llegados a este momento (vaya lo que me ha costado escribir esto...), para acabar, quería mandar un fuerte abrazo a todos mis amigos, que me apoyaron y me lo demostraron a lo largo de los años, porque ellos lo vivieron muy directamente y vi a gente realmente preocupada y triste por nosotros. Toda esta gente nos ayudó a salir adelante, y por ello nunca os olvidaré.
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