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Una española en Suiza en 1984

5 de Junio del 2011 - Isabel González Fernández-Argüelles (Avilés)

Aún no había cumplido el cuarto de siglo cuando conseguí un contrato de estudiante para trabajar durante todo el verano en Interlaken, una pequeña ciudad en la región prealpina llamada el "Berner Oberland" o las "Altas Tierras Bernesas".

Me preguntaban allí los compañeros de muchísimas nacionalidades si, por mi primer apellido, era familia del "primer ministro de España", por aquel entonces don Felipe González, y yo les explicaba que, además de no compartir con él ni una ramita perdida del árbol genealógico, mi ideología se situaba en las antípodas de la suya (a pesar de lo cual me bautizaron como "la española").

En el Congress Center de Interlaken confirmaba orgullosa que era española a un joven señor Matutano, sí, el de las patatas, que acudía acompañado de dos ejecutivos de su floreciente empresa a un congreso sobre plagas que afectan al cultivo del tubérculo más universal ("disease of the potato" o algo parecido, soy de francés).

La Sociedad Internacional de Hipertensión Arterial también celebraba allí ese año su congreso anual y las ponencias de los españoles eran vitoreadas con simpáticos "olés" por el resto de los participantes de los demás países.

Nueve chicos vestidos de negro con beca amarilla aparecieron un día con sus mandolinas y bandurrias en la terraza de una pizzería, para regocijo de mis "tímidas" compañeras nórdicas: era la tuna de Medicina de la Complutense, haciendo su "agosto" en todos los sentidos. Hacer de anfitriona traductora de español me labró una gran popularidad y me catapultó a la fama definitiva como "González la Española": no había "fondue" a la que no me invitasen desde entonces...

En aquellos meses también tuve el gusto de coincidir con un delegado guineano de UNICEF simpatiquísimo, de raza negra para más datos, que chapurreaba un "perfecto" castellano con acento francés. Al responderle yo que era española y asturiana, con su curiosidad insaciable, insistió: "Asturiana, pero, ¿de dónde?...". Mi sorpresa fue mayúscula al explicarle yo que era de Tineo y contestarme él: "Pero... ¿de Tineo capital o de una aldea?".

Un domingo de septiembre, al comprar "El País" (no llegaba a Interlaken LA NUEVA ESPAÑA ni existía "La Razón"), la portada de la imagen de Paquirri sentado en la camilla agonizando camino del hospital con el terrible titular de la mortal cogida transformó la súbita piel de gallina por el impacto en una pena profunda al leer los detalles de aquella injusta muerte. Sé que muchos españoles que estábamos en el extranjero lloramos por Paquirri amargamente.

Pretendo con estas "batallitas" explicar que para mí España es un sentimiento que se lleva dentro hasta doler cuando se está lejos, una bandera, un nudo en el estómago al contemplar el desfile de las Fuerzas Armadas en televisión, el llanto reprimido de nuestros Reyes de España en un funeral de Estado, la Copa del Mundo en la mirada feliz de un niño, el país libre que acoge a los que quieren una vida mejor para sus hijos integrándose, una nación por encima de ridículos seudonacionalismos y una tierra sin fronteras, aunque se haya de pagar peaje entre regiones con distinto acento para el mismo idioma.

No me fío de los falsos profetas que salen ahora de las catacumbas políticas pregonando el renacer del Reino de Asturias: fueron muchos años de olvido para esta tierra y muchos tuvimos que peregrinar al norte y al sur de los Pirineos por otros lares hasta darnos cuenta de que a solas, sin España, somos insignificantes. Creo en la democracia, pero desconfío de los neonacionalismos.

¡Viva España!

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