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El desorden de los apellidos

31 de Mayo del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas (Castrillón))

Un no pequeño grupo de diputados, hace días, se ganó el sueldo por su tesón en un debate muy relevante: el orden de los apellidos de los recién nacidos, que mucho debe de preocupar a la ciudadanía. Uno puede no tener trabajo en un país con cinco millones de parados, pero los apellidos de los bebés han de ir convenientemente relacionados en su documentación, como si hasta ahora no hubieran estado. Mal futuro le espera a un bebé cuando sus padres se disputan hasta las insignificancias del libro de familia.

Una vez más, nuestro poder legislativo ha rizado el rizo: opta por el hecho de que un funcionario del Registro Civil sea el que decida el orden de los apellidos si no hay acuerdo entre los padres al nacimiento de un hijo. ¿Puede resultar más beneficioso o negativo apellidarse de primero López y no Pérez? Son ganas de buscar problemas donde no los hay. Las cosas hay que cambiarlas cuando no funcionan, pero cuando discurren sin mayores dilemas estimamos preferible dejarlas como están, y al menos en este caso no se ven indicios de machismo en ostentar en primer lugar el apellido del padre, como se venía haciendo.

La colocación de los apellidos en la futura descendencia puede resultarle un drama (o un trauma psicológico, quién sabe) a determinadas personas. Por ejemplo, a gentes de abolengo. Si un varón luce el apellido Lezama de los Montes, pongo por caso, y se enamora de una jovencita con el manido aunque entrañable García, ¿firmará ante notario la prevalencia de su altisonante apellido antes de pedirle relaciones?

Los padres tendrán la obligación de llegar a un acuerdo a la hora de decidir el orden de los apellidos de los hijos, y si finalmente no lo consiguen, será el encargado del Registro Civil quien tome la decisión atendiendo el superior interés de los menores. Según la flamante enmienda transaccional aprobada por 37 votos a favor y una abstención, los progenitores tendrán el derecho, pero también el deber, de decidir dicho orden y, si no llegan a un acuerdo sobre éste, se les dará un plazo de tres días para que continúen con la negociación.

Ante todo ello, nos preguntamos: ¿existe alguna poderosa razón para imponer a una persona el orden de sus apellidos? Creemos que no, que lo más normal es que los padres sigan con la prelación como hasta ahora y que el bebé, si quiere, los cambie cuando tenga mayoría de edad. Por otra parte, ¿hay alguna dificultad para discutir este tema cuando salgamos de la crisis? Pues da la sensación de que el país no tiene otros problemas más acuciantes. Maliciosamente, puede pensarse que este debate está sirviendo de cortina de humo para ocultar otros de mayor envergadura, especialmente en tiempos de elecciones.

Una cosa es luchar por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres –algo que cada día se cuestiona menos– y otra muy distinta es esta disparatada cuestión que hasta puede llegar a generar altercados y pendencias en algunas familias.

Finalmente, si insistimos en el modelo, sería recomendable que los funcionarios del Registro que les cayeran en suerte estas papeletas lo echaran a cara o cruz, aunque, eso sí, en presencia de notario para darle visos de seriedad. País.

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