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La libertad bien entendida

18 de Junio del 2011 - José Luis Lafuente (Oviedo)

Quien no comprende el concepto y la aplicación práctica de la libertad, esto es, el que piensa que la única libertad es la suya, encuentra rápida ocasión para lanzar sus epítetos contra el ejercicio de cualquier versión de aquélla por parte de otras personas, y más aun cuando no coinciden con sus ideas. Júntense la convocatoria de unos comicios, una carta pastoral de un Arzobispo y declaraciones en contra de ¿cristianos de base? y ya tenemos justificación para intentar plantear una polémica que no existe y busca atraer la atención de quienes se regodean con atacar a la Iglesia católica, pero lo que demuestra, una vez más, es la carencia de formación y respeto en libertad de expresión religiosa, amén, por supuesto, de una palpable ignorancia en la doctrina social católica.

Cualquier persona que haya leído o lea la carta pastoral de don Jesús Sanz Montes con motivo de las elecciones locales y autonómicas, y sea católico o al menos «hombre de buena voluntad», reconocerá que la misma contiene una orientación dirigida, en primer lugar, a los creyentes unidos a su función pastoral y, en segundo lugar, a quienes, en aras de impulsar la intervención en la vida pública como derecho y deber de ciudadanía, tengan a bien leerla.

El derecho de don Jesús a escribir la pastoral se basa no sólo en el artículo 20 de la Constitución (libertad de expresión), sino también en el 16, que reconoce la libertad religiosa, de forma que con amparo en ella ejercita su función pastoral de sucesor de los Apóstoles en la Iglesia particular de Asturias de acuerdo con su ministerio de enseñar, santificar y regir, interesándose también por «...los que perdieron el camino de la verdad o desconocen el Evangelio y la misericordia salvadora de Cristo...» (decreto «Christus Dominus», del Vaticano II sobre el ministerio pastoral de los obispos), animando a los fieles a intervenir en la vida pública, moralizándola, ejercitando, en este caso, su derecho al voto de acuerdo con, entre otras declaraciones y documentos eclesiales, la exhortación apostólica «Christi fidelis laici», del beato Juan Pablo II, y las instrucciones «Católicos en la vida pública» y «La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad», de la Conferencia Episcopal española. Y ello sobre la base de la realidad de que ningún proyecto político realiza el ideal evangélico.

Admito el desconocimiento de los liberticidas, pero ¿pretenden que los católicos (seglares, presbíteros, dedicados a la vida consagrada, obispos...) no actuemos en «unidad de vida» y no defendamos la vida desde su nacimiento hasta su natural extinción, la familia natural, la verdad, la existencia de bien y mal, el matrimonio heterosexual y para toda la vida, la libertad y, como expresión de la misma, la libertad religiosa? ¿Les será de aplicación ese refrán de «...cree el ladrón...»?

¿Y qué decir de esas personas que se definen como «cristianos de base» y defienden las posiciones que atentan contra todas las instituciones referidas? Pues que o bien no han entendido nada (es decir, se han quedado en la malhadada «teología de la liberación») o bien, como decía un santo de nuestros días, muestran una esquizofrenia llevando una doble vida, la de relación con Dios, de una parte, y la personal, familiar, social, de otra.

José Luis Lafuente, Oviedo

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