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La cultura da vida

1 de Junio del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Los antiguos egipcios llamaban a las bibliotecas «el tesoro de los remedios del alma», pues curaban la ignorancia, la más peligrosa de las enfermedades y el origen de todas las demás.

No se trata de alcanzar un alto nivel en el curso de la existencia humana, sino de tener la inclinación e inquietud necesarias para estar cerca de aquellas actividades donde se cultiva y así servimos de ella para formarnos y disfrutarla porque, al fin y a la postre, la cultura es la educación del entendimiento. Es manera muy aconsejable para descubrir nuestro auténtico potencial interior. Muchas mentes prodigiosas se pierden por falta de estimulación. Hay una constante en motivar a la juventud en el sano ejercicio del deporte. Ahora bien, con igual énfasis, nos parece que, partiendo de la niñez, y desde el propio ambiente familiar, así como de los centros de enseñanza y formación del individuo, debería animarse a los jóvenes a frecuentar los foros donde se produce cultura.

Cada cual puede tener sus propios baremos a la hora de encauzar su vida en la búsqueda de la felicidad, principal objetivo de la humanidad. En este sentido, la cultura sirve de orientación y de guía para recorrer el camino más fértil que nos permita acercarnos a ese estado placentero que todos perseguimos. La mayor satisfacción del hombre es ser él precisamente su causante, gozando de lo que él mismo ha cultivado. Tanto uno como otro no debe enclaustrarnos en el egoísmo íntimo, sino que hemos de procurar expandir ese estado conexo. Nos permitirá, además, fomentar las relaciones sociales, y en ese binomio puramente social y de ámbito cultural, que ayuda a interpretar la vida, se forjará nuestra personalidad más fecunda.

Sin grandes esfuerzos, y sin necesidad de disponer de una prodigiosa capacidad, ni tan siquiera económica, esa inquietud por la cultura provocará la apertura de las ventanas de la mente, y, con ello, el desarrollo de la facultad de pensar. Porque un hombre con pereza mental es un reloj sin cuerda. Quien vive sin pensar no puede decir que vive, en frase calderoniana. Y vivir significa un mayor permanente contacto con la realidad a través de las inquietudes.

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