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El decadente desarrollo social

6 de Junio del 2011 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Tenemos miedo a ver la realidad y criticamos a quienes la hacen frente. Decimos que en la innovación está el éxito, pero no queremos cambiar ni los cristales de nuestras gafas. Si digo que el sistema no funciona, me convierto en un habitual antisistema y de ultraizquierda. Algunos son tan pragmáticos que no entienden porque Europa tubo que expandirse a los países del este cuando cayeron el muro de Berlín y las fronteras de un sistema que no funcionaba ante la presión de una gente que buscaba trabajo digno y libertad. Acostumbrados a volar como una bandada de gansos con un fuerte líder a la cabeza marcando el ritmo y el camino, no percibimos como ese modelo nos conduce al fracaso por inflexible y arrogante. Necesitamos renovar el actual sistema y no darle vueltas a lo mismo abominando de los cambios, porque se ha demostrado que ante el avance de la tecnología el sistema sociológico no ha ido a la par. El Fondo Monetario Internacional ha fracasado «sus estatutos declaran como objetivos principales la promoción de políticas cambiarias sostenibles a nivel internacional, facilitar el comercio internacional y reducir la pobreza» (Wikipedia) y ha fracasado por acosar a las personas sencillas. El incremental entre los países ricos y pobres no ha dejado de crecer desde su creación concentrándose la riqueza en unos pocos que, cada vez, son menos. Entonces ¿por qué no adoptar un modelo más flexible que dé libertad a los individuos para que emprendan acciones que resuelvan sus problemas siguiendo un modelo como de bandada de estorninos?

En Asturias el partido más votado ofrece formar un gobierno de consenso dados los graves problemas por los que atraviesa no sólo Asturias, sino España, Europa y el mundo. Y todo son sonrisas a la espera de ver como pueden aprovecharse de la situación, porque les importa más su partido que los ciudadanos. Y, claro está, los ciudadanos -con los jóvenes encarando un futuro mayor y más incierto- desconfían de los políticos y salen indignados a las plazas, a las calles -y a las esquinas de los parques estableciendo «speakers corner» como en Hyde Park- para debatir sus temas. Una bandada de estorninos que debate en libertad y hace propuestas con entusiasmo esperando que redunden en un mayor respeto y dignidad para las personas. Lo hacen buscando el consenso como el FAC. Pero los que no los quieren ni ver en pintura los denominan antisistema e ilegales. En realidad temen que se constituya un proceso de retroalimentación de estas características: desde los ciudadanos, hacia la política. Pues entonces: ¿cómo servir a la noble empresa de su partido? Por eso es tan peligroso este movimiento 15M-DRY, un movimiento que no quiere gobernar ni convertirse en un partido político porque para eso ya están los que tienen que estar; ellos sólo quieren convertirse en la retroalimentación social que haga evolucionar el sistema hacia un concepto muy simple: los ciudadanos no son mercancía. Ni los partidos políticos están para servir al partido, ni el sistema está para servir al sistema, sino que todos ellos deben estar al servicio de los ciudadanos y ninguna persona puede ser convertida en un indigente desempleado sin garantías del Estado para su salud y su supervivencia -y ello sin condición alguna-. Llegado a este punto, debemos preguntarnos: ¿qué está pasando en Islandia? ¿Por qué no se explica? ¿Acaso los islandeses -gentes genuinas en un entorno difícil- son culturalmente unos irresponsables? ¿No será que los irresponsables caen al otro lado del mar de esa isla? Convénzase quienes tengan la obligación de convencerse, hace décadas que el desarrollo tecnológico nos arrastra al llamado desempleo tecnológico, y no está el error en el desarrollo tecnológico, sino en el decadente desarrollo social, sic.: «Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad» (Benedicto XVI - Caritas in veritate#25).

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