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Democracia participativa

7 de Junio del 2011 - Plácido Emilio Fernández Fernández (Grado)

Para que un municipio en un país moderno proporcione los mejores servicios y oportunidades a la población debe contar con gobiernos abiertos y dispuestos a escuchar lo que sus habitantes deseen transmitir tendente al perfeccionamiento de la gestión pública. La participación ciudadana es imprescindible en la resolución de los problemas que afectan al conjunto, aportando puntos de vista, inquietudes, proyectos y alternativas.

Si el poder de unos, concentrado en los ayuntamientos, es total, y el de la gran mayoría dispersado en asociaciones vecinales, deportivas, culturales, ONGs y otros movimientos sociales es casi nulo, en el acto supremo de la decisión política la participación popular quedará reducida a una entelequia.

Un sistema alcanza el rango democrático en la medida en que sus ciudadanos se involucren de hecho, respetando las funciones, en la gestión pública y sean reconocidos como tales, no como súbditos.

El principio constituido en derecho inalienable de que una persona, en su definición integral, deposite su voto en una urna no significa que el proceso se haya completado. El voto de una persona ha de ser respetado en todos los momentos del procedimiento político, interpretando en profundidad sus anhelos de justicia en democracia.

La llamada sociedad civil se encuentra en un estado de estupor e irritación, próximos al paroxismo, ante las tergiversaciones que una casta política perpetra obedeciendo servilmente las directrices de los que detentan el poder financiero y económico, en clara perversión de los valores naturales, sólo retóricamente reconocidos.

Los ciudadanos que no viven de la política, y que hemos englobado en la tan citada sociedad civil, además de ser claramente damnificados, tienen gran parte de culpa en este calamitoso estado de cosas, pues al renunciar en la práctica a la realización de sus deberes y derechos ponen en manos de los más astutos y menos éticos la organización de lo que debería ser cosa de todos.

Todos debieran –debiéramos– abrir los ojos. Están sucediendo cosas horribles en el mundo, y en estos últimos años la miseria remota se acerca a nuestros lares, como impulsada por una especie de fatalismo invencible. Creo, no obstante, que este fatalismo no es tal, sino consecuencia de un estado de alienación colectiva que habremos de sacudirnos si queremos vivir plenamente en dignidad.

Tener información sobre cualquier actuación pública es imprescindible para que pueda existir la participación de los gobernados. Remitiéndonos a la vida municipal es necesario que éstos conozcan las posibilidades existentes en asuntos clave para el bienestar de la ciudadanía, exigiendo no sólo el derecho a la información general sino al de intervenir en las decisiones de los mandatarios, conociendo que miles de ojos los vigilan.

Si los políticos hacen caso omiso de estas consideraciones que ahora están en la calle, algún día, de forma intempestiva, llegarán a sus despachos.

Algunos lo llamarán caos; otros, revolución.

(*) Esta carta fue redactada antes de las movilizaciones de la plaza del Sol.

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