Delincuentes de la palabra
Incriminar al adversario político para desaparecer la historia reciente y sustituirla por una infame y zafia calumnia.
Es la razón que cabe al ataque sufrido por Izquierda Unida desde el Partido Popular, cuando sólo restaban dos días para celebrar las elecciones municipales, cubriendo con panfletos la villa de Grado. Es su forma primitiva de pensar, aventurando una explicación que no cabe, en busca de un chivo expiatorio. Es la actitud que, como nadie, representan Antonio Rey y su banda: rancio primitivismo cerebral.
Pero ya no vale la pena contestar los insultos. El tono zafio de las mentiras no ha calado en los moscones y el PP, con su alcalde a la cabeza, no encontró el fruto de los votos deseados; en cambio, tal vez, su mensaje haya servido para otro fin, tan perverso o más que el engaño: alimentar odios, un menú ansiado por los miserables.
¿Por qué buzonear Grado, en ese momento, y no exigir, antes, cuentas a IU en el Ayuntamiento, lugar donde primero se dirimen este tipo de asuntos? ¿Por qué ahora y no hace diez años o quince cuando, supuestamente, ocurrieron los hechos que denuncian? ¿Por qué se esconden y rehuyeron un debate cara a cara? Pero la pregunta del millón es otra: ¿Qué indujo al Alcalde y a los suyos para acusar de hechos tan graves al candidato de IU así como al anterior alcalde, hasta el punto de tratarlos como unos canallas y bandoleros políticos?
La respuesta es el miedo. El miedo que produce saber, por los datos que ya disponían fechas antes del 22 de mayo, que los sondeos encargados por el PP distaban de sus arrolladoras expectativas de triunfo, con IU pisándoles los talones. El miedo a no ganar las elecciones, como el temor a perder los privilegios que impusieron, sólo para ellos, creando un mal precedente histórico. Sin que les temblase el pulso en los momentos de redactar unos panfletos que buscaban el exterminio de una realidad histórica reciente del concejo de Grado.
Con el miedo en el cuerpo y la irracionalidad como respuesta primaria es, en ese momento y sin previo aviso, cuando los delincuentes de la palabra bombardean los ciudadanos proyectando sobre los adversarios su propia marca: la corrupción como conducta política. Con la intención de deslegitimar las que han sido, en los últimos cuatro años, las voces críticas contra su política de privatización de lo público hacia manos amigas y partidarias.
No existe arma de destrucción masiva más letal para acabar con la credibilidad de nuestras instituciones públicas que las mentiras y calumnias que no cesan de la actual derecha franquista. Callarse ante tanto desmán no es saludable para la democracia y la convivencia ciudadana. No conviene darles un minuto más de tregua. Hay que cortar tanta ignominia.
José Sierra Fernández, Grado
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