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Querido Joaquín Achúcarro

8 de Marzo del 2009 - Ricardo Casas Fischer (Oviedo)

Recientemente tuve la suerte de disfrutar nuevamente tu arte en el auditorio de Oviedo. Quiero aprovechar esta ocasión para hacerte un homenaje en clave de una miniautobiografía. Gracias a ti comencé a amar el piano en toda su dimensión. En 1980 el padre de un compañero mío de clase, Iñaki Alaba, ex jugador de la Real Sociedad (fútbol) y excelente pianista también, me llevó al primer concierto de piano que escuché en mi vida. Fue en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. Yo tenía 13 años. Allí, desde el gallinero de la izquierda del escenario, te oí tocar el «Concierto en la mayor» de Robert Schumann. Me quedé completamente fascinado. ¡Qué deleite! ¡Soberbio! Desde entonces no he dejado de tocar el piano y siento la música como un instrumento de la felicidad. Las melodías de Brahms en intervalos de tercera o décima te transportan a un sublime estado de felicidad melancólica. Hoy me has hecho sentir nuevamente esta felicidad. Desde la séptima fila del Auditorio me saltaron las lágrimas, sobre todo en el intermezzo de la propina. Recorría el pasado con la mente y me veía con 15 o 16 años balanceándome en la mecedora del salón de nuestra casa en San Sebastián, los viernes por la noche, todos acostados, con los cascos puestos, escuchando los conciertos de piano de Chaikovsky, Schumann, Brahms, Rachmaninoff, en LP, claro, después de volver de las clases particulares de piano con Javier Argaiz, un artesano maestro profesor, afinador y restaurador de pianos y órganos (restauró el órgano actual de la basílica de Covadonga). Era el ser más feliz de la tierra. Hoy lo he vuelto a ser, gracias a tu música y sensibilidad. Ojalá tu arte y magisterio sean siempre en forma de intermezzo, de ese intermezzo, y que la coda final no llegue o que lo haga cuando ya no la pueda escuchar. Gracias, Joaquín. Me aventuro hacer propias las palabras que en su día dijo Nela Rubinstein (la ya finada viuda del legendario Arthur Rubinstein, cuya excitante autobiografía, por cierto, no se encuentra editada en castellano), cuya mano tuviste el privilegio de besar: «Cerré los ojos y era como si tocara mi marido». Yo cierro los ojos y digo: «Siga tocando, maestro Joaquín».

Con todo el afecto, desde Asturias, que me / nos ha acogido con tanto cariño y generosidad.

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