El precio de un desatino
El pasado día 13 de febrero del corriente año 2011, después de haberse confirmado la victoria de la maniobra política liderada por el entonces alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, con la aviesa intención de cerrar el paso a las aspiraciones de Francisco Álvarez-Cascos de presentarse como candidato a la presidencia del Principado de Asturias, en las elecciones del 22 de mayo, bajo la bandera del Partido Popular, apostando por una inconsistente candidata fabricada a su medida, LA NUEVA ESPAÑA , en la edición del día citado, publicó una amplia entrevista con el regidor ovetense en la que, mostrándose feliz y exultante por lo que estimaba había sido un éxito personal, manifestaba que Cascos solo era una piedra en el zapato y pronosticaba que su efecto sería irrelevante. Pasadas la elecciones, y a la vista de los resultados, no me cabe la menor duda de que el arrepentimiento por tan desacertadas reflexiones, aunque ya inútil, será grande, y la penitencia, por lo que se atisba en el horizonte, será aún mayor.
Los hechos, que, a la postre, son los únicos que quitan o ponen razones, no han dejado lugar a dudas para confirmar las escasas dotes de adivino, además de prudencia y humildad, de un personaje que, embriagado por éxitos pasados, parece haberse situado por encima del bien y el mal. Al error cometido por el agravio y menosprecio causados a una persona de la talla política de Álvarez-Cascos, y a la falta de tacto para prever las repercusiones que de este hecho se podrían derivar, que llevaron al PP asturiano a una debacle sin precedentes, se une el de no haber tenido la suficiente gallardía para reconocer su grave equivocación y presentar la inmediata e irrevocable renuncia de todos sus cargos, acompañado, como no, de un tal Sánchez y su invento Espinosa, de incompetencia demostrada para este tipo de menesteres. Sería el precio justo; adecuado a la dimensión del desatino. El tratar de ocultar tan estrepitoso fracaso, e intentar seguir disfrutando del poder, a cualquier precio, conduciendo a su partido a una negociación imposible con el objetivo básico de seguir sentado en el sillón municipal, sin excesivos sobresaltos, podrá suponer, aparte del suicidio político del propio protagonista, la descomposición, a nivel regional, de la formación en la que milita. La ruptura de las consignas impuestas desde la Dirección Regional de los populares para la constitución de las corporaciones municipales, con ejemplos tan sangrantes como el de Gijón, que ha dado toda una lección de cordura, puede ser la señal para que muchos militantes empiecen a considerar la conveniencia de abandonar un barco con rumbo equivocado en el que cada día quedan menos remeros.
El vía crucis que le espera a Gabino en el ayuntamiento de Oviedo, con un gobierno en minoría y todos los partidos de la oposición manifiestamente en contra, no es precisamente lo mejor que se le pueda desear a nadie; aunque, por razones obvias, no creo que pueda o se atreva a pasar de la décima estación. En cualquier caso, podrá ser un triste final para quien, en tiempos pasados, llegó a ser un buen alcalde, y que, por no saber retirarse a tiempo y llevar las cosas demasiado lejos, posiblemente será recordado más por sus errores que por sus aciertos
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