Elecciones y electores
En cierta ocasión Pío Baroja dijo que en España hay siete clases de españoles, como los siete pecados capitales. A saber: 1) Los que no saben. 2) Los que no quieren saber. 3) Los que odian saber. 4) Los que sufren por no saber. 5) Los que aparentan que saben. 6) Los que triunfan sin saber. Y 7) Los que viven gracias a que los demás no saben. Y Baroja, en medio de los aplausos de Unamuno, Galdós, Azorín, Zuloaga, Sola, Rusiñol, todavía añadió otro más: «Estos últimos, los que viven gracias a que los demás no saben, se llaman a sí mismos políticos y, a veces, hasta intelectuales». La carcajada de los presentes fue monumental.
Una tras otra convocatoria se puede comprobar la inmadurez del comportamiento del electorado por indecisión o ignorancia supina a la hora de emitir su voto. No se acaba de exprimir el fruto que emana un sistema democrático, en el que la alternancia encuentra su más sólida columna vertebral. La mutación del voto es la clave para vivificar el sistema. Por eso ha salido robustecida con los resultados de las elecciones del pasado 22 de mayo.
No obstante, cabe añadir que, con demasiada frecuencia personas, colectivos o núcleos se hace notar la falta de sentido común en política. Estos dos términos, política y sentido común, deberían estar llamados a entenderse. En los últimos años poca es la reflexión que les suscitó este binomio a los poderes públicos y a muchos electores. Nuestra democracia no está fundamentada precisamente sobre urdimbres del sentido común, no sólo para hacer política, también para comprenderla. El sentido común es una facultad mental gracias a la cual se tiene una capacidad mínima de conocimiento, de juicio. Una persona sensata, de sano juicio, para la que no es necesario un título universitario.
Demasiados electores se mantienen fieles a unas siglas, que no ideologías. Da igual que su partido ofrecería un balance pésimo, siguen comulgando con las mismas siglas. Tampoco importa la composición de las candidaturas, guardan fe por los que consideran suyos de origen. Es como la mujer maltratada que continúa acostándose con su marido. Un proverbio árabe nos advierte: los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego.
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