Para ti, Otto

15 de Junio del 2011 - María Ángeles Rodríguez Lombardero (Serpa (Portugal))

Siento tu pata cálida en mi mano y me pregunto cuánto tiempo la tendrá todavía, temiendo, o sabiendo, que el destino que inexorablemente me lo va arrebatando todo te llevará un día también. Estás como en tantas tardes de este frío y tedioso invierno alentejano echado a mis pies, junto a la lumbre, figura soberbia y poderosa. Una escena de otro tiempo en una casa y un lugar de otro tiempo extraviados por el siglo XXI... y yo extraviada en ellos.

Por un momento dejas tu perezoso duermevela, levantas tu para otros temible cabeza azabache y buscas mi mirada con la tuya, profunda y limpia como la de un niño bueno. «Yo estoy aquí y te quiero», me dice... Fácil tu lenguaje, inequívoco tu sentir, incondicional tu entrega.

Así, echado, levantas tu pata leonina y buscas mi mano. Ese misterioso instinto tuyo sabe del sentimiento sombrío que acorrala a tu ama, y como buen perro guardián vas al encuentro del intruso, a cortarle el camino, a ahuyentar la amenaza. Hay momentos en que quiero echar lejos de mí a esa alma que duele, y tú, fielmente, la recoges y me la devuelves.

¡Cuántas horas así pasadas, cogidos de la mano, tú alerta en tu sueño y yo entregada a cualquier lectura que me aleje de mí. A veces, el efecto terapéutico de su presencia y la paz maternal de la lumbre parecen conjugarse y me deslizan durante momentos eternos hacia un sopor redentor. Tu presencia en mi vida es sin duda una dádiva del Señor y el lazo que me aportas para unirme a El es de una esencia tan inefable, tan rica, tan honda... Me has enseñado tanto en esos años de convivencia mi rottweiler querido, el de la raza maldita, el «perro asesino de hombres», terror de ignorantes... que por ello, gracias a ti, me siento mejor persona.

¿Cuán aterradoras serían mis noches sin tu protectora custodia, en este caserón envuelto en el silencio dejado por otras vidas, otras presencias de las que nada sé puesto que soy una extraña, una extranjera por demás, aquí injertada por una de esas extrañas carambolas del destino. Pero la casa me respeta, igual que yo la respeto a ella. Siento que no hay hostilidad, pero tampoco simpatía como un pacto tácito de mutua tolerancia entre dos mundos que no tenían por qué haberse encontrado.

A ti, amigo, debo el único calor de estos últimos años, huérfanos de ilusiones, olvidados por los afectos que creíamos eternos. Me rescataste del pozo de la desesperación y sintiendo peligrar lo que restaba de mí, te lo di a guardar para que me lo restituyas un día.

Si tú te vas el primero a explorar los mundos de «después», aguárdame allí, junto a los míos, insustituibles ausentes. Y cuando llegue mi vez de adentrarme en el enigma del verdadero sendero, adelántate a mi encuentro y recíbeme con tu tumultuoso abrazo, que yo sabré entonces que el paraíso existe y que me han admitido en él.

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