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Carta a Francisco Álvarez-Cascos

15 de Junio del 2011 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Según todos los indicios, en breves fechas pasará a convertirse en presidente del Principado de Asturias. Le legitiman los resultados electorales obtenidos el pasado 22 de mayo para que así sea, y además de representar el deseo de la gran mayoría de quienes vivimos en esta tierra también converge en usted la esperanza de este maltratado país llamado Asturias.

El triunfo que ha cosechado en las urnas hace menos de un mes ha sido incontestable, aunque no estaría de más apuntar que gran parte del voto que ha ido a parar a su nueva formación política lo ha hecho precisamente por la confianza personal que usted ha sabido ganarse. Supongo que no le descubro nada nuevo si le añado que una buena parte de los electores que le hemos respaldado lo hicimos al margen y por encima de ideologías políticas y hasta me atrevería a afirmar que de simpatías personales. Un importantísimo número de electores asturianos, entre los que me encuentro, hace largo tiempo que hemos dejado de creer en la incompetente clase política que hasta ahora hemos padecido. Desde hace décadas asistimos impávidos a contemplar a toda una generación de políticos más preocupados de perpetuarse en el poder que de resolver con eficacia los graves problemas que viene sufriendo Asturias. Con independencia del color político, al ciudadano medio no nos han pasado inadvertidas las oscuras maniobras de los unos y de los otros para aferrarse como lapas a sus respectivas poltronas. Como tampoco se nos ha escapado que hubo algunos que no han escatimado medios ni medido consecuencias con tal de cortarle el decidido paso que emprendió usted el día 2 de enero de este mismo año.

Su victoria electoral se debió, en una parte importante, a la consecuencia dírecta de lo anteriormente referido, pero también lo ha sido porque existe el convencimiento generalizado entre el electorado de la gran capacidad de trabajo, eficacia y sentido común que convergen en su persona. Por supuesto, no es baladí la enorme tarea que le queda por delante. Seguramente va a tocarle gobernar en minoría, porque quienes aspiraban a continuar tocándose las narices, por no expresar una palabra peor sonante, han rechazado su generoso ofrecimiento de incluirles en un gobierno de unidad, o quizá de emergencia regional. Tal rechazo no sólo prueba mi anterior afirmación, sino que además demuestra la ceguera política de la que son acreedores. Tal vez para quienes no hayan pasado más allá de Pajares les resulte inverosímil su propuesta, pero en países vecinos, como Alemania, cuando la gravedad de la situación lo requirió, gobernaron conjuntamente conservadores y socialdemócratas sin mayores aspavientos, porque primaba sobre cualquier otra opción de paletismo político la necesidad de unir esfuerzos para favorecer los intereses generales antes que los propios de partido.

Pretender igual grado de compromiso por parte de quienes han demostrado sobradamente su torpeza y falta de miras políticas es lo mismo que pedirle peras al olmo. Por lo tanto, todo indica que partirá usted con un doble reto en la misión de la gobernanza de Asturias. El de lidiar con una oposición decidida a ponerle zancadillas a cada paso que pretenda dar y al mismo tiempo el de afrontar los ineludibles compromisos que requiere sacar adelante nuestra tierra. Sobre el primero de los retos no albergo duda alguna de que le sobran tablas políticas para sortear el fuego cruzado, incluido el fuego amigo, al que le van a someter con toda seguridad. Y en cuanto al segundo, su contrastada trayectoria como gestor eficaz de empresas nada sencillas, unido al empeño personal que a buen seguro no ha de escatimar, hace concebir fundadas esperanzas de que Asturias comience a ver la salida del túnel durante su mandato.

No quisiera concluir este escrito sin antes trasladarle una reflexión común a miles de ciudadanos. Cuando se encuentre en la soledad de su despacho de presidente en el antiguo caserón del Banco de España, dedique algún tiempo a meditar que no debe gobernar para quienes de algún modo le hemos ayudado a llegar a ese despacho. Hágalo pensando en Asturias y en cuantas personas vivimos aquí. Y si me permite una pequeña sugerencia, que no un consejo, no se olvide nunca de los ciudadanos. Al fin y al cabo, son estos últimos los que terminan poniendo y quitando presidentes, y vivir a espaldas de los mismos, además de ser desleal, sería darles la razón a quienes tanto han hecho por impedir que nos presida.

Le deseo el mayor de los éxitos posibles, porque aparte de que personalmente pueda ser merecedor de él, su éxito será el de todos nosotros.

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