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Campomanes ¡era de pueblo!

14 de Junio del 2011 - Laureano Víctor García Díez (Tineo)

Hace pocos años celebrábamos el bicentenario del fallecimiento de Pedro Rodríguez Campomanes, el primer conde de Campomanes. Uno de los personajes más relevantes, más importantes y más transcendentes de la reciente historia española. Campomanes había nacido en Sorriba, una humilde aldea del apartado concejo de Tineo. Era de una de aquellas familias llamadas hidalgas, pero que tenían que trabajar denodadamente para poder salir adelante. Dicen algunas de sus biografías que aprendió las primeras letras mientras escuchaba por la ventana cómo el maestro daba clase a los niños del pueblo, mientras él cuidaba de los cerdos que eran la única propiedad de su familia. Luego, apoyado por un tío clérigo, pudo hacer la carrera de leyes y, no sin esfuerzo ni privaciones por parte de su familia, marchar a Madrid para emprender una larga, fructífera y apasionante vida en la corte de Carlos III. Durante muchos años ocupó todos los puestos del gobierno y de la corte. Llegó a ser el segundo hombre de España, teniendo por delante de él sólo al Rey, llegando a ocupar el cargo de presidente del Consejo de Castilla, lo equivalente al presidente del Gobierno de hoy en día, fue ministro de Hacienda y llegó a ser presidente de las Cortes. Miembro de la Real Academia Española, alcanzó el puesto de presidente de la Real Academia de la Historia. Fue promotor de las sociedades económicas de Amigos del País. Maestro dirigente y erudito que supo tocar todas las disciplinas del saber humano, de su pluma salieron tratados que aún hoy en día, doscientos años después, continúan teniendo total vigencia. Tal fue su importancia y su conocimiento que de igual forma creaba los «itinerarios reales de postas» (el actual servicio de Correos) como dictaminaba la expulsión de los Jesuitas de España, traducía textos de Platón o elaboraba reglamentos para el desarrollo de los artesanos y los gremios. Dicen los cronistas de la época que su tertulia madrileña era una de las más frecuentadas, «por su mucho saber y su facilidad de palabra». Alcanzó el título nobiliario de conde de Campomanes. Título aún en vigor y en manos de un descendiente indirecto de su linaje principal.

Pues bien, aquel bicentenario fue apenas recordado con una serie de actos desperdigados y desorganizados por la geografía española. Una presunta comisión organizadora nacional, compuesta por varios ministerios, por representantes de las instituciones asturianas y por el Ayuntamiento de Tineo, no supo o no quiso dar el relumbre y la importancia histórica que Pedro Rodríguez de Campomanes tuvo en su tiempo y dejó marcada para las generaciones venideras. Un sello de correos, pomposamente presentado por el entonces responsable de Fomento, Francisco Álvarez-Cascos, pero que quedó sólo en manos de coleccionistas. Dos exposiciones que poco hablaban del Campomanes «hombre» y que sólo se centraban en cuestiones técnicas que poco trascendieron en el tiempo. Un cómic sobre su vida, que presuntamente estaba dirigido a los escolares y que nunca llegó a los centros educativos y, a los dos años, un curso de verano de la Universidad de Oviedo desarrollado en Tineo y pasó con más pena que gloria. Por último, el proyecto, inconcluso y abandonado, de la publicación de sus obras completas por parte de la Junta General del Principado. Mucho boato, muy buenas intenciones, pero nada más que eso. En realidad, muy poco para recordar a un personaje tan grande, tan importante y tan desconocido.

Ahora estamos asistiendo al bicentenario de Jovellanos y un sinfín de personalidades, de instituciones, de organismos, de empresa, etcétera, etcétera, se hacen eco de él, se apuntan a figurar en cuantos soportes aparecen al respecto. Se hacen exposiciones y publicaciones, conferencias y cursos, investigaciones y premios. Se alaba su trabajo, se engrandece su imagen, se centra en su persona todo cuanto sucedió en su época y en su entorno. Tal parece que todo cuanto se coció en aquellos interesantísimos años de los reinados de Carlos III y Carlos IV fuera única y exclusivamente producto de los trabajos de Jovellanos.

No quiero, Dios me libre, desmerecer los méritos que el prócer Jovellanos pueda tener, que los tiene y muchos. Pero sí quiero dejar claro que Jovellanos durante muchos años fue protegido de Campomanes, que gracias a sus consejos y a sus enseñanzas alcanzó muchos de los puestos a los que llegó, que merced a las influencias y al poder de Pedro Rodríguez fue posible que ocupara algunos de los puestos de privilegio que ostentó. Y no lo digo yo, que al final no soy nadie, lo dicen catedráticos de Universidad y expertos en la historia de la época y de ambos personajes históricos.

Dice el refrán que «las comparaciones son odiosas» y en este caso más, quizá, que en ningún otro. Pero también reza otro refrán aquello de que «al César lo que es del César». A Jovellanos lo que es de Jovellanos y a Campoamor lo suyo, sin quitar ni poner, sin sumar ni restar. Pero a cada uno lo suyo.

Quizá sea que Campomanes ¡era de pueblo!

Laureano Víctor García Díez

Tineo

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