Un mal paso

22 de Junio del 2011 - Monserrat Pellitero Fernández (Blimea)

Hace más o menos tres meses se me ocurrió un plan para el afloramiento de la economía sumergida.

Yo trabajo sumergida, o medio sumergida (en mi contrato no constan todas las horas que trabajo), en una empresa que a través de una subasta consiguió llevar el servicio de cafetería-cocina-comedor en un centro social de personas mayores, dependiente de la Consejería de Vivienda y Bienestar Social. Entre mis compañeras y yo trabajamos 54 horas semanales gratuitamente, es decir, sin asegurar y sin cobrar bajo el techo de la Administración.

Consideré que la Consejera podía interesarse y hacer algo y le escribí una carta contándole la situación. Lo hice anónimamente y en tercera persona, me daba miedo perder mi trabajo. Ella se la envió a la directora del centro, la directora se la pasó a mi jefa y mi jefa me la puso delante. En definitiva, un camino circular que no lleva a ninguna parte. Se descubre la remitente, pero el mal sigue ahí.

Éste es el procedimiento, así se arreglan las cosas. A mí se me ocurrían otras maneras, pero cada uno gobierna su casa como quiere y le permiten.

No me extraña que los trabajadores no denuncien, para qué. Mi anónima denuncia no ha sido bien recibida. Los anónimos no están bien vistos, son como esas cartas amenazantes con letras pegadas.

Yo no tengo conciencia de haber hecho nada malo. El delito, creo yo, está en el fraude a la Seguridad Social y a la Hacienda Pública. Yo sólo quería protegerme, pero lo hice en una casita de paja.

Seguramente lo que debería haber hecho es marcharme del trabajo si no estaba a gusto y que otra persona hubiera ocupado mi lugar o haberme quedado callada. Creo que he dado un mal paso por un mal camino.

No sé lo que va a pasar, permanezco a la espera. Si en la próxima subasta se exige que las condiciones laborales sean legales, el intento no habrá sido vano. Tengo poca fe, este tipo de delitos están consagrados por el uso y bendecidos por el tiempo.

En Inspección de Trabajo me pedían horarios por escrito, testigos... Parecía que querían que hiciera yo su trabajo, no vi que mostraran ningún interés. ¿Por qué no van ellos, piden contratos, horarios y vuelven al día siguiente, o a la semana siguiente, o al mes siguiente, y comprueban? Si los inspectores visitaran habitualmente a las empresas, los empresarios no se arriesgarían. Al sindicato lo vi desactivado, conformista, poco movilizante, nada imaginativo, como si se dedicaran a otras cosas, sin ánimo de lucha, incapaces de remover mentes. Tanto estatuto de los trabajadores, tanta reforma laboral, tanto convenio colectivo, tanto trabajadores/as... ¿Para qué nos sirve todo eso a los parias, a los explotados, los abusados, sin negociación posible, indefensos, desprotegidos, sin saber qué hacer, con miedo a denunciar y quedarnos sin trabajo, resignados al fin?

Conclusión: el empresario no puede cubrir gastos y casar beneficios, la Administración tiene que cobrar los impuestos y el cliente no quiere pagar más por el café, la cerveza o lo que se tome: entonces, el camarero paga el pato, la cerveza o lo que haga falta.

Tal vez esta España mía, esta España nuestra, no sea capaz de funcionar de otro modo. Me gustaría saber si el plan para el afloramiento de la economía sumergida está dando alguna flor de la que pueda salir algún fruto.

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