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Buen ojo tuvo el macareno

25 de Junio del 2011 - Paco Domínguez (Avilés)

Mi obra se compone de dos partes: de la que aquí aparece, y de todo aquello que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la más importante. Palabras de Ludwig Josef Johann Wittgenstein.

Después de leer con mucha atención la entrevista del señor Aréstegui, concluyo que su razonamiento se compone de dos partes: el que aparece en el periódico y todo lo demás que no dijo. Y, precisamente, esta segunda parte fue la más entretenida. Callado gana mucho don Joaquín.

Además, en la foto, salió poco aparente. Definitivamente, el personaje tiene un fondo de armario mal estudiado, no le quedan bien los trajes, le hacen destacar todo aquello que ética y estéticamente debería mantener oculto, por ejemplo la cabeza. Pienso yo que un sombrero mejicano no le vendría mal, claro que debería acompañarlo de un bigote al estilo Lech Walesa, una voz varonil de amplia tesitura y coloratura y la indumentaria charra un tanto generosa, aunque, tampoco tengo claro que este ropaje le diera un aire más fresco y juvenil.

Que don Joaquín está abundante de formas y, además, poco armónicas, lo ponen de relieve los comentarios vertidos en la entrevista que este medio le procuró el pasado domingo. Lo percibí previsible, inseguro, repetitivo y falto de agilidad mental. En dos palabras: poco convincente. Presenta cierta descompensación entre la realidad corporal y la sustancia gris. Le recomiendo más ejercicio físico y menos salidas nocturnas, que ya lo dice la canción: que las rondas no son buenas, que hacen daño, que dan pena y se acaba por llorar.

El otrora aventajado discípulo de Wittgenstein, tan culterano e irónico, con una pizca de pragmatismo que lo hacía más terrenal, es ahora una triste sombra de sí mismo. No acierta con el argumento. Está torpón. Me dirán que este estado cuasi catatónico se debe al mandoble que le asestaron las huestes de Álvarez-Cascos, y es posible que tengan razón. No lo sé. Lo cierto es que me apena verlo en semejante situación.

Pero, a pesar de lo antedicho, pongamos la cosa en su justo término, Joaquín es un hábil negociador, de eso no cabe ninguna duda. Ya demostró sobradamente su eficacia en el terreno de la sobrevivencia. Pienso que, veinte años negociando su propio convenio lo hacen merecedor de cierto prestigio en esta habilidad, porque, digo yo: ya tuvo que venderse bien el individuo para que no lo botaran con cajas destempladas después de tantos fracasos electorales.

La marca PP en Asturias, es la única concesión de España que no vende, y no es pecado de la marca sino de los comerciales. Rajoy y nadie más que Rajoy es el culpable de mantener en la poltrona asturiana un grupo de vividores vetados políticamente por la ciudadanía.

La falta de liderazgo de este gallego, famoso por enterrar vivos los casos domésticos que le llegan al despacho de Génova y, ahora, también aburrido, según el The Economist, le hace rodearse de validos que lejos de solucionar los problemas periféricos los agrandan hasta el límite de organizar el partido en reinos de taifas. En Asturias, hasta ahora, el título recae en un tipo sin ninguna categoría que gobierna el partido de la misma forma que lo hace en su capital, es decir, degradando la práctica parlamentaria hasta límites medievales. Este mismo sujeto que arribó a la política para insignificarla, consiguió dividir la organización en dos mitades asimétricas. La mayor tajada se la llevó Cascos.

El señor Rajoy, en política, después de tantos años ejerciéndola, sólo demostró su incapacidad de gestión y, ahora, de mando. Nunca debió salir de Galicia y, mucho menos, abandonar la carrera funcionarial de registrador de la propiedad. Pero, ¿recuerdan quién lo elevó a las alturas? Buen ojo tuvo el macareno.

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