Sobre la demolición del puente de La Sota, en Barredos
Sin nocturnidad, con premeditación y quiero creer que sin alevosía el puente de La Sota, en Barredos, ha desaparecido.
Hace tiempo que se nos está enseñando, con inversión de recursos y de tiempo, que los restos de la industrialización que quedan en estos, ayer pujantes, valles tienen valor histórico. Tienen valor y pueden seguir teniéndolo. Son activos, en el lenguaje oficial, vamos. Así intentamos algunos transmitirlo a las nuevas generaciones con una ingenuidad, por lo que se ve, que maravilla.
El puente de La Sota, vestigio histórico de la explotación hullera en el territorio de «La aldea perdida», ha caído víctima no sé si de la venganza de D. Félix, de la de D. César de las Matas o de la ignorancia de los dueños de la finca y señores actuales. Pero, sea el causante literario o político, el resultado final es que el puente ha desaparecido. Recientemente una grúa descalzó el tablero de sus estribos y lo depositó suavemente en la ribera. Allí unos obreros eficientes provistos de sopletes dividieron las celosías en trozos fácilmente transportables y luego otra máquina se dedicó, con pasmosa prontitud, a demoler el pilar central, que probablemente obstaculizara el libre discurrir del caudal por el cauce.
Como ni los atentos «ecologistas industriales» ni esos urbanos vigilantes «verdes arqueológicos» (tan pendientes ellos del talado de algún fresno crecido hace dos décadas en la margen de cualquier marginal riega) parecen darse por enterados de la defunción del puente, ni tampoco las asociaciones protectoras de la especie –tan subvencionadas ellas– han echado de menos el vestigio, he llegado a la conclusión de que el achatarramiento no tiene importancia. Eso de la necesidad de permanencia de los restos del pasado reciente, su mantenimiento y tal y tal era una decisión coyuntural, un ejercicio de distracción, algo para no tomar en cuenta, una rémora hoy para el auténtico futuro. Y, si es así, el ejemplo demoledor debe cundir, extenderse en el concejo al Puente del Sutu, que, como todo el mundo sabe, es muy viejo, y ya en el siglo XIX atentó contra el bucólico espíritu de «la aldea». Más aún, por si fuera poco su pecado original, también tiene un pilar en medio el río obstaculizando la libertad natural de la corriente fluvial y otras corrientes.
Y, como la actuación en «La aldea perdida» es positiva para el río y para librarse de arcaicos sistemas de comunicación entre riberas, la medida adoptada en Laviana pronto debe ser imitada por otros municipios aguas abajo. Nos consta que más al Norte se está pensando en tender una moderna pasarela, mientras se deja que el «ferruño» haga su lenta, pero implacable, labor en un vetusto puente minero. Que nunca San Martín va ha ser menos moderno que Laviana, y los buenos modales deben ser imitados.
«Qui prodes?» ¿A quién beneficia? Al menos será rentable para los diseñadores y constructores de nuevos puentes, ¿o van a decirme que no?
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