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En la jubilación de Carmen Sara (IES Aramo)

2 de Julio del 2011 - José Bienvenido Rodríguez García (Avilés)

Cuando hace un año, por estas fechas, recordaba la pérdida que representaba para la sociedad la jubilación de determinados profesores (hechos de una pasta especial, cuyo molde hace años que se ha roto), hacía una reflexión considerablemente pesimista. Siento mucho reconocer que, respecto a ese tema, me mantengo en tan negros presagios.

Este año, en el IES Aramo se jubilan una buena remesa de profesores. Con alguno de ellos (Carmen Sara, Arís Somoano, Ángeles Alonso, Pilar Martín, Tere Bermúdez, etc.) he compartido años de trabajo, experiencias, viajes, comentarios y hasta discrepancias.

Pero hay algo que casi todos tienen en común: pertenecen a esa generación de profesionales que accedieron a la enseñanza en una época en que se podía elegir trabajo (lo que denota un cierto grado de vocación en dicha elección), y optaron por esta maravillosa profesión en que se participa activamente en la construcción de una sociedad. Si nos atenemos al resultado que hoy nos muestra la adolescencia y la juventud es probable que pensemos que no se ha conseguido mucho; pero yo puedo ratificar que algunos de estos profesionales pueden jubilarse con toda la tranquilidad del mundo, porque han dejado su impronta en el alumnado y en el profesorado que hemos tenido la suerte de compartir pasillos, sala de profesores y evaluaciones con ellos.

Resulta un poco paradójico leer estas letras y preguntarse si lo que me impulsa a decir esto es la nostalgia o el cariño del tiempo trabajado con unas personas, las experiencias compartidas, etc.

En realidad, desearía que sólo fuera eso, pero desgraciadamente no es así. Nuestros centros de enseñanza están viviendo el crepúsculo de lo que ha sido un lugar de transmisión de valores a un centro de intercambio de modas, hábitos y productos. Nada más lejos de la realidad que considerar estas palabras como una rendición sin condiciones. Reflexión apocalíptica, sí, pero integrada, pues hay un recuerdo de muchas situaciones vividas con todos estos profesionales, que no se borran de mi mente. No hay una sola vez que atraviese el quicio de la puerta de la sala de profesores y no vea la figura de Arís sentada en la primera silla, presidiendo en silencio la mesa, corrigiendo, absorta en sus reflexiones, al margen absoluto de comentarios sobre las noticias cotidianas de la prensa diaria. Tampoco podré pasar por un pasillo sin apreciar al fondo la silueta grácil de Sara, apresurada, ayudando a un profesor, de camino a clase, con un breve cursillo acelerado de Power Point. Seguir describiendo situaciones es vano. Si han conseguido contagiar ese entusiasmo por hacer las cosas bien, sin pedir nada a cambio, con la alegría o resignación necesaria para cada situación, tarea cumplida.

Sólo espero que en el homenaje que se rinde a estos compañeros a los que aludo (y muchos otros, de los que resulta imposible hacer acopio de experiencias) el día 30, se recuerde que no sólo dejan de dar clase tal o cual profesor, que será sustituido por otro (en el mejor de los casos, dados los tiempos que corren), sino que deja de infundir valores alguien que no ha distinguido en su dilatada carrera dedicada a la enseñanza los valores morales y los conocimientos. Perdónenme quienes sustituyan a dichos profesores, por ser tan pesimista y por no contar con ellos. Pero a tiempo estamos de redimirnos y conseguir que no caigan en el olvido, como gotas de lluvia en otoño.

Dicho esto, sólo me queda recordar a todos mis compañeros que se juntan en un ágape para homenajear a estos hombres y mujeres (aunque yo estaré con una de ellas, por lo que celebraremos nuestro pequeño homenaje en Canterbury) que su tarea no ha concluido, que alguien tomará el testigo y seguirá su estela marcada.

Recibid todos un fuerte abrazo desde Canterbury.

José Bienvenido (profesor del IES Aramo)

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