Qué guapina ye... Villaviciosa
Por razones de trabajo paso la mayor parte del tiempo fuera de Villaviciosa, donde nací. Como no viajo por turismo, en ocasiones llego a ciudades sorprendentes, donde los lugareños te enseñan orgullosos un arco de triunfo hecho por los romanos, un templo que erigieron los griegos o un castillo de los normandos. Pero... otras veces, te bajas del coche en un lugar del que crees que no sacarás ninguna imagen de provecho, de esas que te llevarías en tu teléfono móvil. Aun así, trato de salir de paseo y, caminando, descubro que se han esforzado tanto que han conseguido un lugar agradable a la vista, aun sin monumentos importantes, sin casonas solariegas, sin castillos ni catedrales. ¿Y cómo lo han conseguido? Con orden, limpieza, peatonalización, quitando los aparcamientos del medio de las calles... ¿jardines? también, ¿parques?, por supuesto. Cuando me voy de ese lugar de escaso interés turístico, pienso que ha merecido la pena el paseo por sus calles y tengo la sensación de que todo me ha enriquecido.
Siempre he vivido en un sitio que pretendía ser turístico... como Santillana... por lo menos. Así que un día me presentaron a una señora que me ofendió muchísimo al decirme que no le gustaba nada mi pueblo. Hay que reconocer que aquella mujer no hubiera podido dedicarse a la diplomacia, pero aquello no me lo pude quitar de la cabeza (aún hoy sigo pensando en eso a pesar de los años) y cuando volví a Villaviciosa traté de hacer un paseo crítico.
En el céntrico solar lleno de charcos y barro, o polvo según llueva o haga sol, uno que está catalogado como terreno para parque público y zonas verdes, pero que desde hace años es aparcamiento no sólo de coches, sino de camiones, remolques y hace de escombrera municipal y vecinal, me encontré con alguien que me preguntó: ¿qué, otra vez por aquí? Y sin esperar respuesta hizo el comentario: claro, ye que la Villa ye tan guapina...
No me puedo meter en una cruzada con todos aquellos que me dicen eso mismo, así que procuro cambiar de tema. Ese solar, donde están desparramados los restos de ropa de varios contenedores, o donde los dueños de los perros se olvidan de recoger sus inmundicias, era donde había aterrizado aquella señora. Claro, me dije...no me extraña que pensara así. Todos los autobuses de turistas aparcan ahí mismo, ¿qué podría empujarles a bajar del autobús para ver si hay cosas mejores que esto? Es difícil creer que un Ayuntamiento que no cuida del lugar de recepción de sus visitantes tenga un mínimo de gusto en sus calles. Y hablo de visitantes... y casi me olvido de los vecinos, porque los de la Villa siempre queremos que esté guapa para el que viene de fuera, olvidando que nosotros tenemos derecho a disfrutarla todos los días.
En ese solar, después de esquivar un coche que, atravesando la acera para entrar, casi me atropella, pensé: No, claro, aquello de la mujer pasó hace muchos años. Si viniera ahora que ya está el teatro Riera arreglado, la Manzanera en su sitio ??? y tiene aquellos bancos de andén de metro en su plaza, aquella especie de cabina telefónica que quita visibilidad y que sirve de cobijo a un ascensor y aquella piscina subterránea, nos llamaría modernos, como mucho. Además ya no tendría que ver las viejas puertas de madera del teatro, porque unas de cristal ocupan su lugar, y si entrara, ya no tendría que soportar aquel oscuro zócalo de castaño que hacía que la sonoridad de la sala fuera perfecta, porque el pladur lo ha sustituido. Pero sigo paseando por la calle Caveda y Nava y me reconforta ver que por fin han empedrado esa calle y que el Colegio San Francisco está siendo remodelado. Claro que un poco más allá, la casa de los Hevia se está cayendo, esa que viene en los panfletos turísticos, esa que dentro de poco ya no podremos enseñar a nadie, a no ser en fotos. Veo con disgusto esas antiguas puertas de castaño con refuerzos de hierro forjado, entreabiertas, y me pregunto si soportarían una restauración o acabarían desapareciendo como las del teatro Riera. Sospecho que por dentro, la habilitación ya estará muerta, porque el agua entra y se come todo, y aquí el interior de los edificios no importa mucho (como el interior del antiguo BBV). La cosa es meter vigas de hierro, hormigón, pladur… eso sí... qué limpio queda, qué ángulos tan perfectos.
Doblo esa esquina y me acerco a lo que era el jardín de esa misma casona. El muro ha desaparecido para poder instalar un transformador de la luz que, según me han dicho, es necesario para la electricidad del Teatro Riera. No puedo evitar ver los azulejos del zócalo, pintados artesanalmente sabe Dios en qué siglo, rotos y deteriorados. La escalera de la parte de atrás desemboca ahora en un lateral del transformador y las galerías están a punto de caer. Enfadada me doy la vuelta y me dirijo al Ancho, porque siempre produce un efecto relajante en mí. Sabía que habían cambiado la parada de taxis y di por hecho que la calle estaría libre de coches. Me dije: Por fin una gran idea, ahora resaltarán más las casonas, esas que los turistas vienen a ver. Pero no... en lugar de los cuatro taxis que había siempre ahora hay veinte plazas de aparcamiento.
Vete a dar un paseo por el parque lineal y te despejas la cabeza... Pero antes de llegar me encuentro, justo enfrente del cuartel de la Guardia Civil, una escombrera de trastos, una especie de estercolero con muchas sillas en fila, como invitando al viajero a que descanse en aquel lugar tan absurdo. Dicen que es el punto limpio. Llego hasta el parque lineal más grande de… bueno alguien dijo que era grande… y los hierbajos me impiden el paso por un camino. No importa, soy tenaz, lo intento por otro lado, pero me retuerzo un tobillo entre las piedras; desisto. Vuelvo al centro, donde una fila de coches rodea la plaza del Huevu y pienso: Es un detalle para los que se acercan hasta Villaviciosa; pueden aparcar debajo de esas mismas atracciones que vienen a ver, incluso en la misma plaza del Ayuntamiento. El problema es que, cuando sacan la cámara de fotos, ya no pueden fotografiar más que coches y se van pensando: ¿tantu cuentu pa esto?
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