Perlora, Ciudad de Vacaciones
Tras el anuncio de una esplendida primavera, que no fue para nada esplendida, llegó el anuncio de un prometedor verano, y las agencias de viajes empezaron con sus ofertas, incitando a la gente a disfrutar de entornos maravillosos. Y por la televisión se oía de continuo: «Ma... D…, Ciudad de Vacaciones», seguido de una serie de explicaciones que la hacían más que atractiva. Hoteles de variadas estrellas, apartamentos al lado de la playa, piscinas de una hermosa agua azul, aguas termales, parques infantiles, tiendas, restaurantes, cafeterías... y un sinfín de cosas más. Y yo sentí envidia, sí, envidia de todo aquel complejo, mientras me ponía roja de rabia y una inmensa impotencia recorría todo mi cuerpo. Pensar que a nuestra Ciudad de Vacaciones la dejamos morir de inercia, sin ponerle remedio alguno. Porque mucho antes de este complejo, nosotros ya habíamos creado uno, por aquellos tiempos en que la televisión no lo anunciaba nuestra Ciudad de Vacaciones se llamaba y aún se llama, lo que de ella queda, Perlora.
Sí, señores, no creo que un solo asturiano se atreva a decirme que Perlora no fue una bonita ciudad donde pasaba sus vacaciones muchísima gente, no sólo asturiana, sino también de otras partes de España. Yo misma compartí las mías con familias de Sevilla, Santander y Galicia. Supongo que las habría también de otras regiones.
El entorno era precioso, praderas verdes, jardines, playas, rompeolas, paseos por el borde del acantilado desde donde contemplabas la inmensidad del mar con algún que otro barco que lo cruzaba; grandes comedores, iglesia, parque infantil, tiendas, peluquería, bares, sidrerías, consultorio médico, avisos por megafonía si tenías una simple llamada telefónica o debían dar algún aviso a los residentes. Y un sinfín de casitas esparcidas por todas partes que hacían del lugar un sitio maravilloso. En fin, que si alguno hizo su agosto, que lo haría, en su construcción, lo planeó a conciencia y le salió bien.
Era otra época, en la que los chalés que reunían las mínimas condiciones de comodidad gustaban a todo el mundo, porque no todos las teníamos en nuestros hogares, aparte de que te daban la comida hecha y pasabas allí unos quince días de descanso estupendos.
Pasó el tiempo y, como todas las cosas, fue quedando viejo y desconchado. No me atrevo a decir que a la Ciudad Residencial de Perlora la mató alguien con su mala administración, simplemente la dejaron morir sin prestarle los debidos auxilios que se les deben prestar a todos los enfermos. Y Perlora los necesitaba, porque miles de asturianos así lo querían y así lo siguen queriendo.
Y llegamos al punto actual en que se encuentra: de pena y dolor. Sí, señores, da pena ver cómo Asturias, esa región a la que denominan Paraíso Natural, desperdicia los dones que la madre naturaleza le concedió y no sólo desaprovecha las ocasiones que ya estaban planteadas y no le costaría tanto conservar, sino que no busca alternativas, que las hay, y muchas, para hacer que ese eslogan que acompaña a nuestra región no sea un mero calificativo. Los gobiernos deben procurar que Asturias, Paraíso Natural, sea una cosa real y que tanto asturianos como visitantes del resto del mundo encuentren en nuestra tierrina un lugar especial entre todos los lugares del planeta.
Hagan que la Ciudad de Vacaciones de Perlora vuelva a ser la que fue, con casitas modernas y bien equipadas, con jardines llenos de flores y praderas segadas y bien conservadas, con nuevos parques infantiles, con aseos y duchas suficientes para los bañistas, con mucho orden y limpieza, amén de otras cosas que se irían añadiendo a tono con los tiempos modernos.
Ya no sentiríamos envidia de nadie. Y no duden que también sería bonito anunciar por televisión: «Perlora, Ciudad de Vacaciones, dentro del paisaje verde y hermoso de Asturias, Paraíso Natural».
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