Zapatero
A propósito del debate del estado, ¡menudo estado!, de la nación, ¿qué nación?, en el Congreso de los Diputados. Cuentan que dijeron Cánovas: ¡Entre qué gente me ha tocado vivir! y Jovellanos, al final de sus días: ¡País sin cabeza!, y así estamos. Alocución imposible del padrecito presidente a sus, siempre en lucha, herederos para que, aprendiendo de su experiencia, obtengan el mayor provecho: amigos y amigas, compañeras y compañeros. El demagogo que quiera ejercer de representante en la comunidad de los iguales, diríjase a los otros (hombres y bonobos, gorilas y orangutanes) tomándolos del brazo, y hablándoles al oído conspire en genovés: avieso y avispado. Entienda que de discretos es buscar entre los vecinos un enemigo común, un útil padre odiado que aglutine las pasiones y emboce los engaños. Aliente la rebelión yuntando los gües detrás del carro. Quien quiera ganarse a los votantes no los contradiga, no haga de abogado del diablo, nunca ponga por delante la verdad, ni les hable a distancia, como a adultos, confiando en que sólo separarán de la paja el grano. Aun cuando no haga lo que dice, jamás diga que hace lo contrario. De continuo repita que son víctimas de alguien o de algo, a ser posible del hermano. De nada responsables, siendo al final de todo y de todos tributarios. Quien quiera ganarse a los votantes para su secta, jauría, logia o bando, oculte los funestos actos, mire hacia otro sitio aunque sea la miseria conductora de sus manos. No olvide nunca que el justo, el indefenso, la víctima, el solitario, no dan rédito y en política, esto es lo prioritario, golpéelos si es preciso o en su caso déjelos a un lado. Y una vez cocinado el guiso, en demasía salado, picante en exceso y para la digestión pesado, el paternal padrecito, el demagogo osado, dulcemente suminístreles la píldora dorada del halago.
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