El duende de orejas picudas
Hay estos días en los medios de comunicación un auténtico aluvión de artículos, opiniones, misivas, textos, para todo gusto y condición.
Recientemente nos deleitó Evelio con un cómic de superhéroes, Falín. No es un superhéroe al uso, tipo Iron Man, Spiderman, Capitán América; es más nuestro, más cercano, más cotidiano, algo así como Superfalo, un Torrente asturianizado: estrapayao, inculto, desparramado en un banco, en fin un asturianín de gran plumón.
Los viajes en el tiempo son una constante de la ciencia ficción. Las enormes posibilidades que ofrecen la oportunidad de alterar el tiempo o los intentos por cambiar la historia, son una permanente fuente de inspiración en la imaginación del columnista Evelio.
No acierta el gran Evelio en su nueva andadura de escritor de cómic, que como género de géneros que es, evita beber en las fuentes de nuestros geniales Ibáñez o Vázquez, olvidando que la capacidad de absorción e imitación es una seña de identidad del género literario que se propone practicar. Es ajeno a esta circunstancia. Si Ibáñez levantara la cabeza tendría pesadillas viendo lo que en su nombre perpetra la presunta herencia nominal que promociona Evelio.
Con todo, lo más interesante del relato es lo que apunta sobre las intenciones de Alcordanzu. Tunea el mito del Trasgu, readaptándolo a las epilépticas preferencias del público de Manuel Pedregal, nutriendo el vacío de contenido con serrín para que haga bulto, trazando una fábula fantástica descafeinada, hormonada y amorfa que abunda en los peores vicios del sinsentido, renunciando, por principio, a la elaboración coherente de la historia contemporánea asturiana. Su crónico y repetitivo despiste eligiendo personajes para sus artículos, hace juego aquí divinamente con el caos general que últimamente acompañan sus escritos. Sabe de donde viene pero, como tantas veces ocurre con los cómicos de nuevo cuño, no tiene ni la menor idea de hacia dónde se dirige.
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