Mementos funerarios...

No terminando de digerir todavía la inesperada noticia del fallecimiento de la noble, sencilla y sabia persona Juan Uría Maqua, glorioso historiador y catedrático emérito de la Universidad ovetense, digno hijo de su padre de homónimo nombre, «padre de la historiografía asturiana», como nos ilustra la excepcional periodista Pilar Rubio (LNE, 20-06-11), en una relación casi parecida a la de Ignacio Gracia, que además nos recuerda que «era un cantante prodigioso», quien así como triunfó en su condición de historiador consagrado «hubiera triunfado en los escenarios»... Quien hace un lustro cordialmente me obsequiara su libro «Alonso de Bello» (1552-1632) con esta dedicatoria: «Para Heradio González Cano, poeta con la fuerza y exposición que distingue a los de Hispanoamérica. Con todo el afecto, Juan Uría. Oviedo 19-XII-06». Venido ello después del covivio comensal, recordatorio, como todos los años, en el Hotel Principado, del inolvidable personaje, amigo querido también, Joaquín Manzanares, excepcional creador del célebre «Tabulariuvn Artis Astvriensis». Y, conforme fotografía que le tomamos, aparece cantando una vaqueira con voz sonora e inimitable, como si estuviéramos a pleno campo por Belmonte de Miranda, y donde asimismo podemos contemplar, entre otros, a los hermanos Coppen, José Antonio y Sabino (q.e.p.d.); todos atentos y en silencio escuchando al artista... qué cosas de la vida ¿? por vez última.

Y ahora, otro inesperado fallecimiento. En LA NUEVA ESPAÑA (28-06-11) leemos con los ojos «pelados», absortos, después de ver la imagen fotográfica (pág. 64), lo que nos parecía una de las tantas bromas del «supuesto» muerto, ya que, como sabemos, era constante bromista, pero era contundente verdad, Gómez-Tabanera se había muerto, el otrora siempre bromista, de buen humor al referirse a cualquier cosa, etnográfica, política, social, religiosa, etc. Juan Manuel Gómez-Tabanera, que dejara muy en alto su nombre en la enseñanza no sólo en cuanto a la Prehistoria y la Antropología, sino también en otras ramas literarias, filosóficas; no era, pues, un cualquier docente pasajero, con quien unía al que suscribe una sincera, grata y campechana amistad, y que siempre, cuando nos encontrábamos, con burlona sonrisa, tan su estilo a veces mal interpretado, me saludaba: «¡Hola Rubencito!»... No por mi poética péñola que es totalmente modesta, sino por mi parecido al universal matagalpa-chorotega, tal mi indohispano rostro; obsequiándome de cuando en vez sus magníficos opúsculos, como, por ejemplo: «Ante la caminería de antaño y de hogaño y las migraciones humanas en un mundo, globalizado», presentado en el IX Congreso Internacional de Caminería Hispánica, celebrado en junio de 2008 tanto en Madrid como en Cádiz... Por eso, siempre en abierta confianza, la pasada semana le llamé telefónicamente, al no saber de él hacía un tiempo, mas no tuve contestación, suponiendo entonces que, seguramente, andaría paseando o escanciando una cervecita en el Yuppi frente a su casa, como lo solía hacer conmigo, invitante muchas veces... Y todavía, mudos, reflexivamente, del exquisito y docto articulista Javier Neira, releímos la infausta: «Fallece a los 84 años...». Que, a decir verdad, esa edad no aparentaba, sus genes, seguramente, y algunos reflejos no muy lejanos de los soles de un cubano trópico, donde tenía raíces (su cabello y cara lo delatan), conservaban la presencia joven por su naturaleza, a pesar de los perpetuos dolores óseos que caminar desde mucho años atrás se lo impedían, por lo que maldecía el ascensor de su finca, que al inesperadamente desprenderse, con su persona dentro, lo inhabilitaron para siempre... Hemos ido a despedirlo con gran recogimiento, hemos estado silenciosos en sus funerales en la Santa Iglesia de San Isidoro El Real observando en la distancia sus cenizas, su cuerpo que era grande, conservadas para siempre en un pequeño globo color blanco (globalizado, como se estila ahora en todos los aspectos)... Pero qué gran pena, el recinto sagrado donde tantas veces visitara para rezar el causante le fue grande... Por eso con gran razón la voz sonora, evangélica, elocuente del estimado cura párroco, quien, por cierto, magistralmente canta, a tanta soledad se refería de esta suerte: «Si el finado hubiera tenido su profesorado activo todavía y no fuese un jubilado, de muchos alumnos y compañeros profesores, el templo estaría lleno...». No obstante, francamente, Tabanera, ese abandono no merecía, comunicador como siempre era en palabras como en escrituras... Éramos cuatro «gatos». Mas sus cenizas han de tener por seguro que si en la vida los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de las manos, sin pasar las más veces de dos a cinco, esta vez, excepcionalmente, fuimos 30. Descansa al fin en paz, amigo solitario, y permite que imitando a José María Naveiras Escanlar, creador legítimo del importante Museo de Grandas de Salime, famoso conocido como «Pepe El Ferreiro», además de escritor digno, como él, «haxa salú» te diga... Pronto nos volveremos a ver, así lo quiera o no Dios, de lo que sabe mucho el genial agnóstico, universal filósofo, Gustavo Bueno. Otra vez: ¡Haxa salú!...

Heradio González Cano, abogado, poeta y escritor nicaragüense,

Oviedo