Nuestra arqueología industrial
En referencia al patrimonio histórico, al que ya me he referido en varias ocasiones en radio y prensa, continuaré hoy con el tema, porque el significado de «patrimonio histórico» se caracteriza por la pluralidad de sus dimensiones. Esa amplitud abarca no sólo las obras de arte, sino un sinfín de elementos antropológicos, culturales, folclóricos, arquitectónicos, tecnológicos, económicos, etcétera.
En este contexto, el desarrollo de la denominada arqueología industrial, que debe estar incluida dentro de ese patrimonio, se dirige al estudio y la recuperación de un conjunto de elementos patrimoniales relacionados con las formas de producción del carbón (al menos en el concejo de Aller, donde ha sido la extracción de este mineral la única y, naturalmente, principal industria importante durante toda su existencia), del hierro en otras latitudes, de la cerámica acullá, y tantos otros productos; también a la transformación de materias primas, con la industria y la tecnología, de la que en Asturias y concretamente en Aller poseemos una rica muestra.
Por eso me permito creer que esos elementos que poseemos y que pueden formar parte de un patrimonio tecnológico e industrial de Asturias pueden ser un perfecto y excelente objeto de estudio en el ramo de los currículos que los jóvenes han de seguir a lo largo de la educación, ya que en ellos confluyen aspectos que forman parte de las Ciencias Sociales, la Historia y la Geografía y, al mismo tiempo, de las Ciencias de la Naturaleza, la Tecnología o el Diseño.
En definitiva, son elementos cuyo estudio puede proporcionar al alumno una visión amplia de nuestra historia y del mundo en el que hoy vivimos o en el que vivieron los que nos precedieron, y que simultáneamente ha de servir para favorecer la adquisición de actitudes de defensa, de conservación y de recuperación de un patrimonio que, por definición, es propiedad de todos.
Así pues, conocer esta dimensión de nuestra historia, estudiar las materias primas, los procesos de producción, las máquinas y herramientas; aprender metodologías de estudio e investigación o valorar la importancia cultural del patrimonio tecnológico constituyen una manera de acercarnos comprensiblemente a lo que ha sido nuestro pasado a través de los vestigios y testimonios conservados, y contribuiría a situarnos tal como somos en el presente, y puede que proporcionara al alumno dotes para una proyección creativa de los caminos que conducen al porvenir.
Es decir, estoy pidiendo que el estudio del patrimonio arqueológico industrial y de cualquier índole pase a las aulas de la Enseñanza Primaria.
Diré además, tomado de Javier Piña, Antonio Santiago y Julián Sobrino, en su obra «La arqueología industrial: un mundo por descubrir», que desde hace varias décadas muchos países industrializados se interesan por la conservación de su pasado industrial y, en cierto modo, de su presente. Es en fechas tan tempranas como 1851, cuando durante el transcurso de la Exposición Universal londinense de ese año se dedicaba un expositor en recuerdo de la «Maquinaria protagonista de la primera etapa de la Revolución Industrial».
Lo sé, lo sé; sé que esta petición es producto de una quimera que se ha formado en mi mente. Los pasos para conseguir hacer realidad tal quimera serían infinitos, como infinitos serían también los trámites y despachos por los que habría de circular la proposición, si es que no se quedaba en la papelera del primero de ellos. Pero, al menos, esperamos que alguien se organice en ese sentido, con la anuencia y protección de las autoridades, tanto locales como regionales, sino con su participación, que sería lo lógico.
Este último deseo se me antoja asimismo otra quimera, porque no hay más que fijarse y tener en cuenta algo que ha sucedido hace solamente ocho años: han dejado tirar el puente de la Casanueva en Moreda, acto que consumó la mayor aberración histórica y urbanística de los tiempos modernos en el concejo de Aller, y sólo por no defraudar a una escasa veintena de votantes. Eso ya dice bastante.
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