Cariño que permanece para siempre
Recordatorio. El programa de la vida feliz apenas ha variado a lo largo de la vida humana.
Ortega y Gasset
Estaba gris, lluviosa, vamos «casera», la tarde del pasado martes. Así que después de hacer «la sacrosanta» repasamos un párrafo del libro titulado «Nací griega», de Melina Mercuri. Hoy, va uno de los párrafos que a este escribidor le encantaron: «El primer hombre que amé se llamaba Epiro. Yo adoraba sus abrazos. Él amaba a sus hijos y se preocupa de ellos y sentía pasión por mí. Hizo que mi niñez fuese muy dichosa. Él era mi abuelo».
Amables lectores, despedida y cierre por hoy. Seguro, segurísimo, que vosotras/os tenéis o habréis tenido una abuela y un abuelo como el de Melina Mercuri. ¿Verdad que sí?
El atardecer del citado martes, a las (21.05 horas, exactamente), continuaba gris, lluvioso, desapacible. Pero todo ello en absoluto empañó estas breves líneas extraídas del mencionado libro. No, no, no: nada, absolutamente, puede empañarlas. ¡Imposible! Absolutamente imposible. Quedan en el corazón para siempre. Érase una vez.
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