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Sobre «Jovellanos y Villaviciosa»

19 de Julio del 2011 - Agustín Hevia Ballina

Cuando un libro no se te cae de la mano, sino que lo lees, como en lenguaje coloquial decimos, «de una sentada» o «de un tirón» experimentas que ya tienes hecho el mejor elogio de tal obra, sea científica o literaria.

Tal me ha pasado con «Jovellanos y Villaviciosa», que tiene por autor a un villaviciosino de pro, escritor fino y conspicuo, un ilustrado juicioso del siglo XXI, que honra las letras hispanas, que investiga o sigue las huellas, cual el cazador va en persecución de la presa, explorando los «vestigia» de pistas para otros imperceptibles y que, al final, nos ofrece un «opus perfectum», una obra acabada, un dechado de perfección.

Me he propuesto, al someter a enjuiciamiento este bien acabado «Jovellanos y Villaviciosa», no propasarme en el empleo de la figura que la Retórica denomina «hipérbole», en que los humanos somos proclives en incurrir, cuando al juicio se añade el connotativo de la amistad. En el caso no dejaría de ser un flaco servicio a una genuina amistad, que es la que me vincula con el autor del libro, don Etelvino González López, ante quien me siento revestido, antes que nada, de la objetividad.

He sopesado qué posible género literario adoptaría para esta sencilla comunicación o efusión espiritual, si el ensayístico o el del comentario histórico o el literario o cualquier otro posible. Y se me ocurrió, caro amigo don Etelvino, que el que mejor cuadraba con tu escrito era el género epistolar, con lo que, al mismo tiempo, vendría a vindicar un género literario que experimenta cada día más el impacto de los «correos electrónicos», caminando a pasos agigantados hacia el mayor deterioro literario, hacia el empobrecimiento más absoluto de los recursos y hacia la decadencia más cumplida.

Ha sido la epistolografía género propicio para la diafanidad del pensamiento, para la cercanía vital y para expresividades muy logradas de la familiaridad y la amistad. Ha de distinguirse, con los tratadistas más conspicuos del tema, entre la epístola, que se acerca al ensayo y que contiene en sí un mucho de tratado, con asomos de un algo de oratorio, poniéndose como ejemplo la horaciana «Epistola ad Pisones», dirigida a los hijos de Calpurnio Pisón, amantes del arte literario, calificándose la epístola a ellos dirigida como Arte Poética.

La otra vertiente del género se orienta hacia la carta, la que los latinos llamaban litterae, más coloquial, más directa y hasta más incisiva y certera, admitiendo como ejemplos las sublimes Cartas Familiares de Cicerón, que personalmente, en expresividad, antepongo a sus «Orationes» o «Discursos», cartas que, con la epístola aludida, tengo entre mis libros de cabecera.

Subtítulo: Carta abierta a Etelvino González López

Destacado: Parecería que, en año tan profuso en conmemoraciones y efemérides jovellanistas, con dificultad pudiera ofrecerse a los lectores un libro tan jugoso de contenido tan elocuente en su exposición y tan granado en sus frutos como el que has escrito

Ha de comenzar la carta con indicación del lugar desde donde se escribe, con la datación y la fecha. En cercanías de latinidad figuraría por fecha «el día séptimo precedente a los Idus de Julio y, en categorías cristianas, el día de Santa Verónica, fiesta muy apropiada para estas líneas que nos acercan a nuestra Villaviciosa, con su entrañable Semana Santa, única en España por sus peculiaridades e idiosincrasia. Añadiría «del comienzo de la salvación de 2011».

Como lugar tengo que expresar el que constituye mi Arcadia feliz, que para mí probablemente lo es más que la virgiliana, «mi Lugás del alma», esa perla preciosa y exquisita, ensartada, con tantas otras, en el hermosísimo joyel del concejo de Villaviciosa y que contribuye y colabora, cada día más, a que la Villa sea más del conocimiento y de la devoción de tantos como arriban al santuario de mi «Santina» del alma, de la Virgen de Lugás, a cuya sombra y protección escribo esta carta a mi caro, mejor carísimo, amigo que lo es don Etelvino González López.

El objeto de mi carta, carísimo Etelvino, es explayarme contigo en relación al hermoso libro con que nos has obsequiado a los lectores de nuestra entrañable Cubera, exaltando en parigual medida los dos extremos del título, por una parte el gran patricio «Jovellanos» y, por otra, nuestra villa y concejo del alma, «Villaviciosa».

Parecería que, en año tan profuso en conmemoraciones y efemérides jovellanistas, con dificultad pudiera ofrecerse a los lectores un libro tan jugoso de contenido, tan elocuente en su exposición y tan granado en sus frutos como el que has titulado «Jovellanos y Villaviciosa», objeto de tu facundia, de tu buen decir, caro Etelvino, y tan grato por tu tan sublime escribir, lleno a rebosar de sapiencias y conocimientos acerca del polígrafo gijonés, que, al final de tu esplendorosa exposición, de tu bien lograda andadura, concluida la lectura de tu libro, quedas con la impresión, sólidamente afincada en tus exposiciones, que bien pudiéramos hacerlo pasar un poco por villaviciosino, que tal es la obsesión que queda como flotando en tu mente, después del acercamiento al ilustre prócer cosmopolita, hispano, asturiano, gijonés y casi villaviciosino, con parentelas y amigos tan de intimidad en nuestra tierras de Villaviciosa, sobre todo a través del palacio de Buznego, de Peón.

La Villaviciosa dieciochesca y decimonónica a que nos acercas, Etelvino muy querido, al hablarnos «in verbis Caspari nostri» en palabras de don Melchor Gaspar de Jovellanos, de nuestros linajes, de los Caveda insignes (don Francisco de Paula y doña Rita), de nuestro entrañable e insigne bablista, el presbítero don Bruno Fernández Cepeda, de los Hevia Baqueros y los Antayo, de los Montés Vigil, de los Llanos y los Posada, de los Estrada, de los Pidal, de los Balbín y de los Concha, del clérigo emigrado francés, durante la revolución de su patria, don François Barthelemy, huésped de los Caveda, traductor de la Historia del Clero de Agustín Barruel, que tanto influjo llevó a la mente del polígrafo asturiano, de los Franciscanos, en fin, del Colegio de San Juan de Capistrano, de los alumnos maliayeses del gijonés Instituto, de todo el clan de «los de Villaviciosa», a quienes tanto alude Jovellanos, sagas todas ellas, linajes y familias, que en sus acercamientos a Asturias, tan vivenciales ellos, arropan intelectualmente, cual si se tratara de misteriosa trama, muchas de las idas y venidas del ilustre prohombre.

No hay detalle, amigo Etelvino, que dejes pasar por alto. Todo lo dejas trillado y bien trillado, sometido todo a las incisiones de tu escalpelo, que lo aplicas, sin que te tiemble la mano, para elucidar cuanto es posible decir sobre «Jovellanos y Villaviciosa».

Tengo que concluir, pues el cupo de líneas toca a su fin. Termino, en consecuencia, en el estilo de Jovellanos: por la noche, larga lectura de don Etelvino. Anotaciones. Cantan los gallos. Helios y Eos, en el rosicler de la amanecida. A la mañana, a misa, a Santa María. Villaviciosa rezuma a Jovellanos. Cada vez amigo más fino este don Etelvino.

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