La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » Engels: pretextos para recordar a José María Laso

Engels: pretextos para recordar a José María Laso

10 de Agosto del 2011 - Pablo Huerga Melcón

La editorial Anagrama acaba de publicar la edición en español, con una traducción estupenda de Daniel Najmías, de esta obra de Tristram Hunt sobre Federico Engels. Una biografía de Engels en cierto sentido atípica. En plena globalización, en el contexto de una transformación política, social, moral y tecnológica sin precedentes en la historia de la humanidad, cuando nos acercamos al borde del abismo de los estados nación, aparece un retrato biográfico de uno de los fundadores del marxismo, la ideología que plantó cara durante decenas de años a esta vorágine del capitalismo salvaje. No cabe duda de que, dadas las circunstancias, se trata de la primera biografía que realmente puede hacerse con perspectiva histórica sobre Federico Engels. Y no deja de ser curioso el hecho de que sea precisamente el capitalismo más despiadado y sin complejos el que se encargue de llevar a los Estados nación al basurero de la historia.

Qué queda hoy de esa figura, qué queda de sus ideas y cómo, a la luz del presente histórico, podemos reconstruir una vida que pareció a todos sus anteriores biógrafos definitivamente unida al fin para el que trabajó sin desmayo, a la era del comunismo universal. Hunt ha aprovechado de modo verdaderamente deslumbrante la enorme cantidad de documentación acumulada gracias al esfuerzo que, durante los años de la esperanza comunista, se realizó para conservar memoria de uno de los más grandes fundadores del comunismo. Quiero decir que esta biografía nunca se hubiera podido escribir como Hunt la escribe hoy, de no ser precisamente porque el mundo comunista que afirmó inspirarse en la obra de Engels y Marx, en el contexto del movimiento comunista internacional, ya sólo es historia, pero también precisamente porque su labor como escrutador del capitalismo, su filosofía materialista y sus ideales de emancipación y justicia social siguen tan vigentes ahora como antes.

La figura que se perfila en el marco de las nuevas coordenadas históricas que establece la globalización, la caída de la URSS y la destrucción del movimiento obrero, así como la desaparición de las ideologías y el éxito definitivo del capitalismo radical, es verdaderamente diferente de aquella que proyectaba la Unión Soviética y los historiadores comunistas. Engels baja poco a poco del cielo a la tierra y, descendiendo a los infiernos de su vida temporal, queda sumido en el torbellino de su época, como uno más en aquella circunstancia histórica, un personaje particular, un gentleman pendenciero, esforzado, contradictorio y decepcionante para quien haya visto su obra a la luz de los «¿puritanos?» ideales comunistas. Un ser humano, en definitiva, que por un tiempo alumbró ideas gigantes, tan gigantes como pudo proyectarlas el esfuerzo masivo de los ciudadanos soviéticos, bajo el látigo atroz de una oligarquía sanguinaria. Por cierto que uno de los aspectos más interesantes del libro es la reflexión histórica que se hace sobre el papel de Engels en la conformación de la URSS a partir de la ciudad de fundación soviética, que lleva su nombre a orillas del Volga.

El libro abunda en detalles personales, documentación directa, cartas y valoraciones de todo tipo. En él se da cita todo el repertorio bibliográfico sobre la figura de Engels y Marx, su compañero y amigo inseparable. Pero la vida de los filósofos no tiene por qué haber sido ejemplar ni edificante. Quién no recuerda esa pastosa autobiografía de Rousseau, en aquellos párrafos en los que procura justificar comportamientos lamentables. Las contradicciones de Engels, la vergonzosa relación que la familia Marx tiene con él, chirrían mucho con relación a la imagen que el socialismo se ha ido labrando de estos dos mitos de la filosofía moderna. Su vida está llena de detalles que sólo pueden explicarse por esas mezquindades de la vida personal, las envidias, los celos, el egoísmo, etcétera, detalles que harán, sin duda, las delicias de cualquier lector interesado. Así es. Engels tuvo que perdonarle muchas cosas a un Marx caprichoso y endiosado, a quien, a pesar de todo, idolatró toda su vida y al que nunca dejó de referirse como el verdadero fundador y fundamental teórico del movimiento comunista internacional.

Subtítulo: A propósito del libro «El gentleman comunista», de Tristram Hunt

Destacado: Si hay un mérito que resaltar por encima de cualquier otro en esta obra de Hunt radica en el hecho de que todo el estudio está escrito sobre la convicción profunda, y que comparto plenamente con él, como también lo compartiría José María Laso Prieto, de que la obra de Engels es, más allá del nefando corsé soviético, una herramienta fundamental para acercarse al presente y comprenderlo

El libro traza una biografía compleja en la que los aspectos políticos aparecen insertados en un contexto histórico verdaderamente bien analizado, y esta contextualización impresionante es, sin duda, uno de los principales logros de la obra. Los aspectos biográficos aparecen tan minuciosamente desentrañados que por momentos nos parece estar con Engels de excursión por Francia o con la alta sociedad de Manchester en la caza del zorro, a la que era tan aficionado. Engels vivió lleno de contradicciones, y el desentrañarlas y exponerlas con claridad es también otro de los grandes méritos de una obra que remonta cualquiera de los prejuicios tradicionales que suelen surgir cuando se aborda una figura tan importante y discutida. Con Engels es difícil no caer o bien en el elogio incondicional que obliga a ocultar la mitad de la historia o bien en la crítica feroz y demagógica, que obliga inevitablemente a ocultar la otra mitad. El mérito de Hunt es haber sabido reconstruir su biografía con pasión al tiempo que se admiten y exponen con crudeza las impresionantes contradicciones de una figura histórica que fue, a pesar de todo, un hombre de su tiempo.

Otro de los méritos del libro está en recuperar el verdadero valor de la obra de Engels por sí misma considerada, «pese a la fácil caricatura que hacen los anticomunistas y los apólogos de Marx». «Engels», dice Hunt, «nunca fue el arquitecto corto de miras y mecanicista del materialismo dialéctico que exaltó la ideología soviética del siglo XX». La grandeza de la obra de Engels está por encima y al margen de su interpretación rígida y oportunista por parte de las élites soviéticas y perdurará como una obra filosófica. Conseguir una valoración crítica de la obra de Engels no desde los éxitos literarios de Marx, sino desde la propia obra, estudiar su desarrollo y la contextualización de su génesis y estructura más allá de su vinculación biográfica con Marx, es otro de los importantes méritos de Hunt. Ciertamente, la obra de Engels necesitaba ya un estudio crítico y completo, materialista, como el que aquí se hace. Para los que nos hemos interesado a fondo por la obra de Engels, siempre ha resultado sorprendente la modernidad de muchas de sus opiniones, de muchas de sus teorías, la enorme audacia de sus trabajos, de ése, su primer libro sobre la clase obrera en Inglaterra, por ejemplo, escrito con 24 años y antes de que el propio Marx se despabilara del sueño dogmático del hegelianismo. Esa audacia brilla de nuevo en cualquiera de sus grandes obras, «El Anti-Dühring», «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado», «Del socialismo utópico al socialismo científico» o la maravillosa e impresionante «Dialéctica de la naturaleza», por no mencionar su definitiva labor como editor-autor de los dos últimos tomos de «El capital». Una audacia y una elocuencia que surgen también en muchas de las ideas que se desgranan aquí y allá en su obra como, por ejemplo, sus teorías acerca de la ecología, que se dejan caer en el famosísimo y nunca suficientemente ponderado artículo sobre «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre», un texto elogiado por Jay Gould en un ejercicio de justicia histórica muy de agradecer. Frases como ésta: «La llamada “sociedad socialista” no debe, en mi opinión, considerarse algo que permanece cristalizado para siempre, sino un ser en proceso de cambio y transformación constantes como todas las otras situaciones sociales», alejan a este autor de las grandes simplificaciones que aprendimos a conocer de él, como la que corresponde con el cliché según el cual la revolución traerá el fin de la historia. Como lo alejan de este cliché su propia vida contradictoria pero también audaz, su compromiso familiar, en fin, su valoración del papel de la mujer en la sociedad, muy lejos de lo que el prejuicioso Marx podía pensar y vivir, ciertamente. La conmovedora generosidad que manifestó durante toda su vida con todas las personas que se acercaron a él, más allá del compromiso político concreto, queda también patente en este impresionante estudio sobre la vida y la obra de Federico Engels.

No menos importante para la historia de la filosofía es el hecho de que con trabajos como éste y otros, que sin duda le seguirán, Engels habrá sido rescatado del basurero de la historia política para ocupar el lugar de honor que merece y que aún no se le ha concedido en la historia de la filosofía como artífice y fundador del moderno materialismo filosófico.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho, claramente, Hunt indaga en la enorme importancia que la obra de Engels, convertida en un nuevo credo político, ejerció de hecho en la conformación del Estado soviético. Hunt apunta en la misma dirección que indagamos en nuestro libro «La ciencia en la encrucijada», en donde pusimos de manifiesto que, particularmente, la dialéctica de la naturaleza habría configurado el grueso de los principios ideológicos del llamado Diamat y del materialismo histórico. Pero teniendo en cuenta también que el enfoque de Engels estaba en mucha mayor consonancia con la perspectiva de los llamados dialécticos que con la de los mecanicistas en las polémicas gnoseológicas, filosóficas y políticas que se vivieron en la URSS a partir de los años veinte, y particularmente desde 1927, en torno a la interpretación correcta de los nuevos avances científicos, precisamente en el momento en el que se acababa de editar esta importante obra, prologada por uno de los dialécticos más importantes, Deborin. Engels sería sustituido como gran ideólogo por Stalin, pero Hunt, a pesar de reconocer esta importante conexión, insiste en el hecho obvio de que «no se puede hacer responsable a Engels de lo que una generación posterior cultivó a partir de una serie distinta de premisas filosóficas y científicas introducidas en su obra». No puede ser, desde luego, responsable en absoluto de las atrocidades cometidas por otros. Son los verdugos los responsables.

Hunt insiste en la idea de que Engels nunca concibió su obra y la de Marx como una doctrina, sino como un método, algo que también tendrían que tener en cuenta todos aquellos que se ponen a la tarea de seguir la estela y la obra de filósofos maestros de nuestro tiempo. Y así enseña Engels: «Todo el pensamiento de Marx más que una doctrina es un método. Más que dogmas prefabricados ofrece ayudas para proseguir la investigación y el método para llevarla a cabo». Son frases como éstas las que encumbran a un filósofo, no la adulación servil o el fanatismo doctrinario.

Pero si hay un mérito que resaltar por encima de cualquier otro en esta obra de Hunt radica en el hecho de que todo el estudio está escrito sobre la convicción profunda, y que comparto plenamente con él, como también lo compartiría José María Laso Prieto, de que la obra de Engels es, más allá del nefando corsé soviético, una herramienta fundamental para acercarse al presente y comprenderlo. Un verdadero tesoro de ideas, estudios, análisis, críticas, tácticas y argumentos para afrontar la crítica y la lucha contra el salvaje expolio de los pueblos al que nos está sometiendo el capital del Imperio, a sangre y fuego, bajo el aparente velo de la felicidad más perfecta que proyecta sobre nosotros la ubicua pantalla digital. Y Hunt acaba citando los maravillosos y esenciales párrafos del «Manifiesto comunista» que rugen más allá de cualquier manipulación y claman por la justicia social. Lamentablemente, acaba lanzando sus dardos contra China, como si en ella se concentrasen los verdaderos y únicos males que denunciaron Marx y Engels en su crítica materialista del capitalismo, pero, en fin, también es curioso que sea China uno de los focos de mayores contradicciones sociales bajo el duro y rígido poder comunista. No cabe duda de que la grata abundancia que ofrece el capitalismo merece ser repartida de modo más igualitario, y ayer como hoy, luchar contra los poderes establecidos no puede hacerse sólo a base de discursos y sesudos artículos. Hay quienes toman las plazas y hay quienes los insultan como ignorantes y acomplejados, igual que Celso trataba a los cristianos del Imperio romano como ignorantes inaguantables. Pero la historia sigue, y hoy, más que nunca, las contradicciones, la acumulación de capital y los conflictos sociales afloran de nuevo bajo la temible omnipotencia técnica militar del Imperio.

Cartas

Número de cartas: 45165

Número de cartas en Mayo: 7

Tribunas

Número de tribunas: 2039

Número de tribunas en Mayo: 1

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador