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Diles que no me tiren

21 de Julio del 2011 - Gerardo Rebanal Martínez (Oviedo)

Me refiero a los tomos del Diccionario biográfico de la Academia de la Historia, organismo desempolvado por el oficial rasgado de vestiduras. Parece muy propio del estilo Memoria Vertical que se recuerde a un organismo que reclama su autonomía cual es el origen de una parte de sus fondos, y la lealtad debida a ese origen. No sólo es público el dinero recibido, sino político. Si habláramos de una familia, el gesto no sería elegante, es casi la consabida amenaza de borrar de la herencia, que a los más osados siempre trajo sin cuidado. Así, estoy seguro, le trae esta falsa polémica al autor de la entrada sobre Franco, Luis Suárez, que sabe de Franco. Y es que cada uno debe o puede hablar de lo que sabe. Leía hace tiempo el prólogo a una monografía sobre Maeztu, en el cual el autor afirmaba que no compartía las ideas de Maeztu, ideas que le llevaron lógicamente a ser asesinado, pero que él como persona independiente había conseguido hacer un estudio imparcial. Hay prólogos condenados a estar unidos a sus libros como la bola al preso. Tengo para mí que cuando algunos escriben sobre lo que no aprecian todo les salen remilgos y tiquismiquis, cada uno debiera escribir sobre aquello en lo que cree. Aparte están los monstruos, que consiguen escribir bien y con acierto incluso de aquello en lo que creen, pero nunca dirán que son imparciales. Durante muchos años fue presidente de la Academia de la Historia antes de la Guerra Civil el duque de Alba, y miembro de las otras academias. Al llegar el Gobierno de Primo de Rivera el duque fue uno de los apoyos firmes que tuvo la Residencia de Estudiantes, institución que hace aflorar la baba de algunas personas, probablemente con motivos. El duque de Alba trató con mucha gente, y fue defendido desde Londres entre otros por Pérez de Ayala cuando fueron incautadas grandes propiedades suyas por la República. Probablemente en la época de Franco muchas iniciativas autónomas como la Academia de la Historia recibían un mensaje semejante sobre mantener la lealtad debida al origen de sus ingresos. Si alguien pretende destruir los tomos publicados del diccionario, me ofrezco como estudiante a recoger un ejemplar, incluso a recortar con tijera las dos páginas de Franco si fuera necesario, para salvarlo de este nuevo Farenheit. Imagino que Suárez no estará unido a la Sociedad de Autores y no tendrá quien vele por su dignidad intelectual, aspecto que no creo le preocupe especialmente. Probablemente tampoco escriba por dinero.

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