Carta abierta al alcalde de Oviedo
Como usted perfectamente sabe, o más bien debería saber, una de las principales funciones de un alcalde es la de ostentar la representación de su ciudad y, por añadidura, la de todos sus ciudadanos, lo que, a su vez, constituye uno de sus principales y más honrosos deberes. Cuando esa ciudad, como lo es el caso de Oviedo, tiene el privilegio de ser la capital de una provincia, este hecho toma, si cabe, aún mayor relevancia. Por esta razón, su ausencia en el más importante acto institucional celebrado en nuestra comunidad durante una legislatura, como lo es la toma de posesión del nuevo presidente del Principado de Asturias, celebrado el pasado sábado, día 16 de julio, es, sin ambages, incalificable e imperdonable. A un acto de esta solemnidad no se pueden mandar peones, debe de acudir siempre la primera autoridad. Como ya va siendo tradicional en su persona, está haciendo de la incomparecencia un oficio, siendo una verdadera lástima que, cuando haya traspasado el umbral de la historia, vaya a ser recordado más por sus ausencias que por sus presencias.
La arrogancia, la soberbia, el odio y el resentimiento no son buenos ni recomendables compañeros de viaje para emprender cualquier empresa; para la política tampoco. Si todavía no ha logrado superar los tristes y lamentables sucesos protagonizados por el Partido Popular antes y durante la última cita electoral, con la estrepitosa derrota infligida por los asturianos a su formación política incluida, en la que sus clamorosos errores y desaciertos han sido actores principales, aún a costa de acabar con las existencias de tila y agua de azahar en todos los herbolarios del municipio, y ponerse, de una vez por todas, a ejercer como un verdadero y auténtico alcalde, se estará haciendo un flaco favor a sí mismo, a la organización en la que milita y, lo que es más importante, al Ayuntamiento que preside. Es evidente que nadie está libre de cometer errores, dado que es algo inherente a la condición humana. Lo que no es admisible es mantenerse en el error y, menos aún, jactarse de ello.
Cuando no se sabe distinguir y separar las relaciones personales de las institucionales, y, más aún, cuando las primeras condicionan a las segundas, se está demostrando, de forma meridiana, que no se está suficientemente capacitado para el ejercicio de la política. Para bien, o para mal, es usted el Alcalde de todos los ovetenses, de los que le votaron y de los que no. Ni siquiera le voy a pedir que nos sintamos orgullosos de ello; pero sí se le puede exigir que no nos sintamos avergonzados.
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