Rosell y su balanza de la justicia
Incompasivo, inmisericorde, implacable, despiadado, cruel y, sobre todo, inmoral por lo injusto de sus críticas para con los parados, funcionarios y estudiantes. El señor Rosell, periodista frustrado, ingeniero industrial titulado y estudiante inconcluso de ciencias políticas, carga todas sus fobias contra colectivos que no solamente no tuvieron culpa alguna en esta crisis inoculada por las grandes empresas financieras, sino que son, como es bien sabido por todos menos por Rosell, los sufridores activos de semejante plaga.
Entre otras, de menor importancia, el señor Rosell propone como medidas principales para disminuir el gasto público educar al funcionario público en el servilismo social, acabar con su prepotencia y erradicar el absentismo laboral. Naturalmente, en sus palabras no subyace ningún grado de dominio, ni utiliza términos absolutos. Parece que, para el señor Rosell, la mayoría del funcionariado público no acude a su trabajo por bajas médicas injustificadas y cuando lo hace se muestra prepotente. Pues, nada, Rosell, después de abonar una vez más el terreno, acabemos con el funcionariado o, mejor aún, precaricemos el empleo público, demos inestabilidad laboral al sector social más amplio, eso que usted y sus colegas, a los que representa, elevaron al grado de miseria con los nunca bien ponderados contratos basura.
Y qué decir de esos estudiantes díscolos de familias ricas de tradición empresarial, que pueden convertir, por el tiempo en terminarlas, una carrera de grado medio en dos de licenciatura. Porque, no creo que el señor Rosell se refiera a los hijos de los trabajadores de sus empresas. No puede ser tan impermeable intelectualmente como para no apreciar los recursos económicos necesarios que hacen falta para mantener sine die la finalización de los estudios de los malos estudiantes universitarios.
Pero con ser graves las acusaciones anteriormente descritas, la que se lleva la palma, por razones éticas y morales, es aquella en la que acusa al colectivo de desempleados de ir al paro motu proprio. He de confesar que esta acusación no me quedó del todo clara. No sé si se refiere a un contubernio entre empleado y empleador para que este último mande al paro al primero con unas vacaciones pagadas del erario público, o negarles la adscripción a aquellos que estando afiliados nunca encuentran el puesto adecuado por estar inmersos en un tipo de economía sumergida, trabajando sin cotización para algún empresario inmoral. Sea una, otra o ambas las causas de crítica referidas por el señor Rosell, lo único que demuestra este empresario jefe es una falta de sensibilidad y una caradura que debieran inhabilitarlo para ejercer semejante función que, como quedó demostrado en el último encuentro de la CEOE con sindicatos y Gobierno para tratar sobre la reforma de la negociación colectiva, nos afecta a todos. Por cierto, en la citada reunión se bajó los pantalones ante el empresariado madrileño, que fueron quienes dictaron los contenidos de la misma. Qué fuerte es este señor con los débiles.
Ahora vendrá con que él se refería a unas pocas ovejas negras, nunca a la mayoría de los colectivos citados. No cuela, señor Rosell, el mal ya está hecho. Qué fácil es criticar desde una posición de barriga llena. Si usted quiere ser creíble en su rectificación, que estoy seguro realizará, haga una autocrítica edificante de la organización que usted dirige. Al empresariado español, por la importancia social de sus decisiones, siempre le faltó ese grado de profesionalidad y autocrítica que hacen evolucionar a una sociedad en su conjunto. Entendiendo por autocrítica la capacidad que tiene el individuo o grupo social para examinar sus actuaciones y ponerlas en valor con la finalidad de que los errores cometidos no se reproduzcan y tomar conciencia de que ningún colectivo legalmente organizado es superior moralmente a otro. Nadie es dueño de la balanza de la justicia. Debemos, entre todos y por el bien de todos, mantenerla equilibrada.
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