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Los perros, sus dueños y los demás

24 de Julio del 2011 - Isabel Fernández Bernaldo de Quirós (Madrid)

Cuando se opta por la compañía de un animal doméstico, como es el perro, sus dueños deberían procurar que no sólo fuera el mejor amigo del hombre en casa, sino también allí donde se encuentre.

En los parques y jardines se han tenido que acotar zonas «libres de perros» para que los niños puedan jugar sin su presencia por ser muchas las personas que llevan a sus cánidos sin atar, privando a los niños, y a sus cuidadores, de que puedan explayarse a su gusto por estos lugares de recreo.

Si con educación se requiere a estas personas que aten a su perro, la contestación suele ser siempre la misma: «No se preocupe, mi perro no hace nada», o, cuando no: «Ate usted a su niño».

Y si lo que uno decide es darse un tranquilo paseo, da igual el lugar que elija, el número de cánidos que puede encontrar correteando libremente y, con frecuencia, a una distancia considerable de sus dueños puede llegar a convertirlo en una pesadilla.

Hace apenas dos días he sido testigo de cómo un pastor alemán corría como loco por la calle sembrando el terror en todos los paseantes, entre los que me incluyo, hasta alcanzar su objetivo: el perrito de una joven, la cual, al percibirlo, protegió a su perro entre sus brazos y, por ello, el pastor alemán se cebó con su dueña mordiéndole en la pantorrilla. De nada sirvieron la llamada a la Policía y las protestas de todos los viandantes. Su chulesco dueño se hizo de nuevo con el animal y se largó rápidamente con viento fresco. En el aire sólo se respiraba indignación e impotencia.

Son muchos, demasiados, los casos habidos de ataques por perros que, heridas aparte, el susto, la taquicardia y el miedo, dejan su sello en la víctima para el resto de su vida.

No quiero terminar esta carta sin hacer referencia al sembrado de excrementos de estos cánidos, de lo cual no les culpo a ellos. Sigo sin entender por qué razón hemos de caminar siempre con la vista puesta en el suelo para poder sortear las cacas de todos los tamaños y colores, panorama, por otra parte, nada agradable de contemplar, y procurar que no nos llevemos pegote y olores de regalo a casa.

Y da igual el barrio, pueblo, villa, ciudad, campo o playa de que se trate.

Y da igual que los ayuntamientos pongan dispensadores de bolsas y papeleras en puntos estratégicos.

Y da igual que los ayuntamientos amenacen con sanciones, porque, entre otras cosas, les falta personal para imponerlas.

El caso es que son demasiados los que infringen las normas establecidas sin ningún tipo de reparo y que no tienen en cuenta los importantísimos aspectos de seguridad, higiene, salud e integridad que pueden afectar a las personas, especialmente a los niños. Y también a los perros de aquellos dueños que sí cumplen las ordenanzas, sí respetan a las personas y sí aman a sus mascotas.

Es, una vez más, una cuestión de educación y sensatez.

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