Hora de cambiar
Suele ser habitual que los cambios sean para mejor. Al menos ésa es su finalidad. En esta época se están produciendo cambios muy significativos. Sin embargo, por extraño que parezca, algunos de esos cambios no son para mejor, sino que representan, cuando menos, una arriesgada apuesta o una locura.
El primero de los cambios ha sido realmente rápido e inexplicable: un cambio de chaqueta. Porque ¿quién nos iba a decir hace un año que Francisco Álvarez-Cascos iba a renegar de sus orígenes políticos para abrazar una nueva forma de regionalismo? Nadie creía capaz al hoy presidente del Principado de abandonar su partido de toda la vida por una rabieta personal, pero así ha sido, y quien antaño proclamó aquella sentencia («prefiero partido sin Gobierno que Gobierno sin partido») y defendió a capa y espada la disciplina interna y el respeto a los órganos internos del partido, hoy se halla lejos de aquellas tesis y abrazando otras tales como la del «país asturiano», la del «ordeno y mando», la de «si lo hago yo, vale; si lo hacen los demás, no vale». Sin embargo, casi 178.000 asturianos han decidido darle la confianza para ser presidente del Gobierno. Esperemos que no tengan que arrepentirse de ello, porque los cambios tan radicales pueden parecer reales, pero por norma general resultan ser un mal disfraz.
Otro de los cambios que han tenido lugar era más que esperado: un cambio de puestos. Por primera vez en la democracia, en Gijón ya no gobierna el PSOE. El confiado candidato socialista leía las encuestas que le auguraban mantener la mayoría junto a IU y se acomodaba soñando con el sillón de la Alcaldía. Hasta que la noche electoral del 22-M le hizo despertar de su letargo y le trasladó a la cruda realidad: FAC y PP sumaban 14 concejales en la nueva Corporación para arrebatarle el gobierno a la izquierda. Hasta una hora antes no estaba claro si FAC y PP sumarían sus votos, pero ¿cómo hacer oídos sordos al clamor para expulsar al PSOE de la Alcaldía de la mayor ciudad asturiana? El cambio se consumó y ha traído oxígeno a la enranciada Corporación gijonesa. La nueva mayoría política de Gijón ha decidido que se hace necesario que los nuevos representantes de la Corporación en las empresas en las que hay cuota de poder municipal pertenezcan a esa nueva mayoría. Y ese desafío ha hecho que los «leones dormidos» del PSOE e IU hayan puesto el rugido en el cielo, acusando al PP y FAC de «no querer testigos» y de «inmorales». Hay un dicho popular conocido por todos: «Cuando el río suena, agua lleva», y está más claro que el agua que tan virulenta protesta por parte de la izquierda sólo puede significar, parafraseando a Hamlet, que «algo huele a podrido en el sector público gijonés». Muy mal debe oler la herencia que deja tras de sí el PSOE en Gijón que no quiere que FAC ni PP puedan sacarla a la luz.
Y por último, el cambio más extravagante y más denostado: un cambio de camiseta. El Real Sporting de Gijón ha presentado las nuevas equipaciones, de la firma italiana Kappa, para la temporada 2011-2012, y el rechazo no ha podido ser más vehemente: ¿dónde queda el espíritu rojiblanco si en la camiseta hay más blanco que «roji»? Vale que haya que innovar y que haya que cambiar, pero, hombre, hay que hacerlo con prudencia y con un mínimo de cabeza. Que llevamos muchos años con rojo y blanco por igual, quizá con un poco más de rojo que de blanco, como para invertir la tendencia de manera tan brutal. Seguramente Kappa lo haya hecho con su mejor intención, pero ha metido la pata. Seguramente, el equipo y la directiva lo hayan aceptado con su mejor intención, por cambiar, pero no han acertado. Y aunque a veces la mayoría es la que puede estar equivocada, en este caso la afición ha sido muy mayoritaria al rechazar la nueva camiseta. Le toca a la directiva mover ficha y deshacer el cambio o enfrentarse a la afición y mantener las nueva rayas rojas sobre fondo blanco. «Renovarse o morir» no debe ser la excusa para perder la esencia del sentimiento que durante más de 100 años ha movido a ese gran equipo que es el Real Sporting de Gijón y a su sufrida pero leal afición.
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