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Con el corazón en la mano

26 de Julio del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Tal vez la clave del éxito de la telebasura radique en esa empatía primaria y perversa que nos permite disfrutar sufriendo con los héroes y heroínas sufrientes y, sobre todo, gozar con el castigo de los antihéroes. Aristóteles, que no tenía tele, le llamaba a ese fenómeno catarsis; yo, que tardé bastante en tenerla, lo llamaría contaminación moral. Porque, en el primer caso (disfrutar sufriendo), se obtiene el sentimiento gratificante de ser buenos, al confundir la emotividad con la bondad; en el segundo caso (gozar con el castigo ajeno), tenemos la sensación no menos gratificante de sentirnos justos, al confundir el resentimiento con la justicia.

Pues resulta que Alfredo Pérez Rubalcaba (para decirlo todo mientras el mediocampista Pérez se decanta por el delantero Alfredo o por el extremo izquierda Rubalcaba), resulta, digo, que esas tres personalidades distintas del candidato único van, de un tiempo a esta parte, por mítines, estudios y platós bajando el tono y con la media voz del hombre que susurra a los auditorios. En la media luz del público, cada militante, cada radioyente o televidente saborea el privilegio de sentirse el confidente del candidato. La penúltima metamorfosis de este político polimorfo a lo mejor es ésta de hacerse el probín, como decimos aquí. Muy sabedor de que en el censo electoral se embosca un suculento contingente de tontainas, hambrientos de morder el anzuelo de la compasión, el candidato va a por ellos.

Hasta el término televidentes tiene resonancias que predisponen a lo sobrenatural. En cualquier telediario se nos puede aparecer uno de los tres Alfredo Pérez Rubalcaba, que, al tiempo que se lleva la mano derecha al siniestro costado, nos musite desde los confines del llanto: he aquí este corazón que tanto ama a los españoles y a las españolas y, a cambio, no recibe más que agravios e ingratitudes.

Todo lo recicla electoralmente el candidato. Hasta los mordiscos prematuros de la próstata. En las urnas de noviembre o, a más tardar, de marzo, junto con las papeletas socialistas y las de los indignados de mayo, podrá contar los votos secretos del desagravio. Por los agravios de la derecha irredenta, por las ingratitudes y sinsabores del faisán; por las putadas de próstata. Como los designios de este señor son inescrutables, nos tenemos que conformar con el enunciado general de que, con él, los itinerarios más tortuosos se enderezan (que es decir que van derechos), al servicio de una rectilínea e inexorable voluntad de poder. Que el Señor nos coja confesados.

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