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Perversa y frustrante fractalidad

27 de Julio del 2011 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

El engendro del Estado de las autonomías ha venido a coincidir en el tiempo –poco más de treinta y cinco años– con el parto de otro concepto no menos discutido y discutible, la fractalidad. Como seguramente recuerden de cuando estaba de moda, un fractal es un objeto cuya estructura básica se repite indefinidamente a diferentes escalas. La fractalidad supone que la realidad se puede reproducir a cualquier nivel de observación conservando aspecto, formas y proporciones.

En un editorial que, a mi juicio, discurre con amable voluntarismo entre el reto y el reproche, LA NUEVA ESPAÑA lamentaba que, como el verano, hayan pasado de largo por las Asturias de Oviedo las ayudas científicas Severo Ochoa, y alertaba a sus lectores del riesgo de que nuestra comunidad pueda ser también una región periférica en la ciencia.

A diferencia de lo que sucede en el campo de la fractalidad, que es un modelo ideal, cualquier ente real es viable entre un tamaño mínimo exigido por cada funcionalidad que algunos denominan tamaño crítico y un tamaño máximo limitado por la robustez de sus estructuras de cohesión, sostén y coordinación. Por eso, y aun reconociendo y respetando todo el esfuerzo que tantos expertos capaces y bienintencionados hayan podido hacer por alumbrar y mantener en cada municipio y en cada pedanía una estructura autónoma de I+D+I+j+k, encauzando alternativa o simultáneamente la ignorancia científico-técnica y las megalomanías localistas de nuestra clase política, la historia y el contexto del mundo mundial parecen indicar que la realidad cursa por sus propias ramblas.

Si un país que, habiendo merecido la fortuna de tener un tamaño y una población probablemente óptimos, no se encuentra a sí mismo más que como un matrimonio mal avenido, con feudos que basan sus relaciones de coexistencia no en la complementariedad y el proyecto común, sino en el chalaneo, el chantaje y la simonía laica más rabiosa y descarada, menos puede un sistema de Educación, Salud, Ciencia y Tecnología fragmentarse en tropecientas estructuras fractales a escala HO o inferior, y pretender que funcionen como pequeños MITs.

Uno puede empeñarse, y conseguir al precio que estamos pagando, que cada autonomía tenga sus partidas paritarias, sus cajas de ahorros, sus tres por ciento, sus museos huecos, sus excrecencias de arquitecto divino, sus aeropuertos y AVEs, sus parques étnico-temáticos, sus editoriales y televisiones locales, su lengua normalizada, su academia, su bandera y su himno autóctono de tribu grande o imperio chico. Incluso una historia reescribible desde la propia cuadra y cuerda. Más difícil resulta, sin embargo, imponer a la madre naturaleza que de ello se siga, también por decreto, una dosis equivalente de creatividad y genialidad, y una cosecha proporcionada de premios Nobel de Medicina o de Física (que, según creo, ni en USA se reparten equitativamente por estados ni en la UE por barrios).

Julio L. Bueno de las Heras

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