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La larga sombra del 18 de julio de 1936

30 de Julio del 2011 - Antonio de Pedro Fernández (Cangas de Onís)

Entre el 17 y el 21 de julio de 1936, la meditada y preparada sublevación contra la República sumió a España en zozobra, angustia y desesperación generalizadas.

Los sublevados, apegados a los cuartelazos decimonónicos, fracasaron en su intento de derrocar a la República. Han de transcurrir casi tres años de cruenta guerra, para que ante la indiferencia vergonzante de las democracias europeas, la ayuda material y humana del nazismo hitleriano, del fascismo mussoliniano y del corporativismo portugués, a lo que cual guinda de pastel macabro, la traición casadista (vale la pena recordar, en falaz contubernio con el PSOE, los anarquistas y la izquierda republicana), la República sucumbiera.

Consolidada la victoria de Franco, era necesario mitificar un momento, un día glorioso para su sublevación. He ahí como el 18 de julio sería a lo largo de más de 40 años la fecha emblemática de la «nueva» España.

En estos días, al cumplirse el 75.º aniversario de la misma, cabe preguntar el porqué de su vigencia en el alma colectiva (consciente o inconscientemente) de la sociedad española. No sólo está en las heridas, aún sin cicatrizar, que la misma causó; no sólo está en el dolor y la rabia de los deudos y parientes de las víctimas sin nombre ni sepultura cierta; no sólo está en la nostalgia –de uno y otro lado– de los sobrevivientes de la contienda; no sólo está en su vulgarización económica en que devino con el tiempo. Pienso que, también, está en que en ese momento comienza el largo, frustrante y desesperanzador camino de gran parte de los españoles por sentir, pensar y actuar en democracia; pienso que está, asimismo, en que hoy como ayer lo que estaba en juego era la ancestral e histórica dicotomía española: avanzar, progresar, ir al compás de los nuevos tiempos o, por el contrario, encarnar, mantener e imponer los históricos y eternos «valores» del más rancio y retrógrado conservadurismo.

Sí, el 18 de julio de 1936 tiene una larga sombra. Se extendió durante la aciaga noche del franquismo y lo que, acaso sea más grave, pervive, terminado éste, en nostálgicos, valedores y revisionistas históricos de la sublevación.

No nos engañemos, por poco que rasquemos en la piel de la derecha española, aparecerán los mismos «valores» que sirvieron de soporte a la sublevación del 18 de julio de 1936. La gravedad está en la persistencia, en un sector importante de la sociedad española, de los viejos esquemas del regresionismo. Sólo en la vigencia cabe explicar por qué a la desaparición física de Franco siguió presente el franquismo; por qué la transición no depuró responsabilidades, ni siquiera lo intentó; por qué los culpables de la insurrección fueron honrados y enaltecidos hasta su muerte; por qué ha sido imposible, 75 años después, recuperar la memoria y los restos de miles de españoles asesinados por las huestes franquistas; por qué sectores importantes de la derecha española –incluidos sus partidos– no han condenado ni la sublevación, ni la impuesta y cruenta guerra ni el franquismo y sus crímenes.

Esta derecha española que saca pecho en pro de la libertad y la democracia, hoy como lo ha sido ayer, acepta la vida democrática, sus formas políticas, en cuanto satisface sus intereses, de no ser así, la cuestionan y manipulan. Ciertamente, no han sido ni son demócratas. Sí, la sombra del 18 de julio es alargada. Ellos son los mismos que claman por enterrar el pasado, por olvidarlo, por dejarlo en las frías losas de una historia aséptica. En cambio, otros, nosotros, los herederos del sentir republicano mancillado, los hijos y nietos de los vencidos, de los ultrajados, de los vilipendiados y humillados, no nos resignamos, no nos resignaremos hasta tanto en España no se haya hecho justicia con su pasado no muy lejano; hasta que, de una vez por todas, no se asuma que el 18 de julio de 1936 se produjo una sublevación contra el orden democrático; hasta que, alto y claro, no se diga, enseñe y proclame que sus protagonistas fueron felones y traidores; hasta que el juicio de la historia no los arroje, definitivamente, al estercolero de los despojos nacionales; hasta que las instituciones democráticas no enjuicien y condenen a los hombres y a los hechos que protagonizaron tan trágicos acontecimientos.

No, no podemos olvidar el 18 de julio por lo que significó y, todavía, significa. No lo podemos olvidar en tanto su sombra sea alargada.

Antonio de Pedro Fernández

Cangas de Onís

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