Paisaje urbano
De la estancia turística pasada el reciente puente de Santiago en Madrid, el paisaje urbano que me ha entristecido e incomodado no fue el ofrecido por el mosaico de tiendas de campaña instaladas durante el fin de semana en el Paseo del Prado con motivo de la llegada a la capital de las marchas del movimiento 15-M que habían partido desde distintas zonas del territorio nacional, sino la imagen habitual de decenas de chicas con rostro de insatisfacción y hastío ofreciendo su cuerpo a cambio de unos euros en una céntrica calle cercana al provisional campamento. ¿No es paradójico que una reacción ciudadana que persigue la extensión del bienestar común llegué a tener la consideración de incordio y molestia, mientras se acepta con total naturalidad el decorado de la indignidad y el sometimiento?
Contemplar en las calles, parques y jardines a grupos de jóvenes que sueñan, dialogan y debaten acerca de cómo construir un mundo más justo y amable es, sin ningún género de dudas, mucho más alentador y gratificante que verlos concentrados tratando de ser elegidos para participar en, por ejemplo, penosos programas televisivos.
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