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Tres tristes trajes

31 de Julio del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

La dimisión del presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, puede decirse que ha sido una decisión acertada y conveniente tanto en el plano personal como para el partido al que pertenece. Cuando todo estaba preparado para que se declarara culpable en el caso de los trajes regalados por la «trama Gürtel» a varias autoridades valencianas, Camps sorprendió a todos al anunciar su dimisión como mandatario de la Generalidad, cargo en el que permaneció durante más de ocho años y para el que fue reelegido el pasado 22 de mayo por mayoría absoluta.

Sin embargo, su resistencia hasta el último momento y a lo largo de más de dos años, si se quiere, empaña un tanto el valor ético de su renuncia. La aceptación de la culpa en el asunto de los trajes, que le hubiera permitido acogerse a una sentencia de conformidad con la que eludir el bochorno del banquillo en juicio con jurado, le hubiese incapacitado de todos modos para continuar en el cargo. A fin de cuentas, tal solución implicaba la existencia de antecedentes penales por un delito doloso, circunstancia que, según el régimen disciplinario del Partido Popular, obliga a la expulsión del militante que se halle en tal situación. De ahí que Camps, tras un amago de acudir al Juzgado con la conformidad, tuviese el impulso de presentar su dimisión.

Quizá sea tiempo de recordar que, cuando hace unos años a la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, pretendieron mezclarla en un lío de supuestas corrupciones, señalándola porque le habían regalado un bolso, supo cortar de inmediato todas las acusaciones. Luchó desde el primer momento, dijo con firmeza aquí estoy yo y acalló rápidamente a los que tildó de maledicentes. Y fue más allá en unas posteriores declaraciones, preguntándose, ¿qué político no ha recibido un regalo, un detalle, sin que eso tenga que ser a cambio de nada, ni siquiera un favor en razón del cargo? La vida está llena de cosas así, es normal que haya gente que reconozca una atención, un esfuerzo, o que simplemente se sienta honrada en que otros acepten un presente sin demandar ni esperar nada a cambio.

Naturalmente, la Alcaldesa apuntaba alto y no decía eso solo por lo de su bolso, asunto que había zanjado con mucha imaginación y poderío, generalizaba por una cuestión de dignidad política colectiva y, a la vez, tratando de echarle un capote a Francisco Camps, que había empezado la carrera política de concejal con ella, en el año 1991.

Pero Camps no reaccionó como a la Alcaldesa le hubiera gustado, ni exhibió parecidos arrestos personales y tampoco supo atacar el problema desde el primer momento.

Por todo ello, ahora ya ex presidente de la comunidad, presentó su renuncia como un sacrificio personal, que sin duda lo es, pero, en coherencia con la actitud prepotente que ha caracterizado su actuación desde el principio del proceso, se arrogó la capacidad de decidir con su dimisión el resultado de las próximas elecciones generales. Camps logra con su renuncia quitar presión al PP, pero el intento de que el jurado crea su inocencia sigue quedando seriamente comprometido.

Le espera pues a Camps un largo camino judicial. A lo mejor sale absuelto de todos los cargos, como ocurrió años atrás con un Demetrio Madrid que dimitió «motu propio» de la presidencia del Gobierno de Castilla y León. Si es así podrá retomar su hoy deteriorada carrera política.

Francisco Camps se habría ahorrado todo esto y hasta le hubieran aplaudido. Pero prefirió contemporizar y recostarse en la autocomplacencia de las pasadas victorias electorales, y sin ver que se iba extendiendo la mala imagen. Tardó demasiado tiempo en bajarse del burro.

Con la decisión adoptada, Camps ha demostrado ser un tipo valiente. Pero vamos a ver cómo defiende y queda su inocencia. Y si lo que ha hecho hasta ahora no es más que prolongar la agonía.

José Antonio Gutiérrez González

Piedras Blancas

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