El Día de las Piraguas
Se acerca, un año más, el Día de las Piraguas. Y lo digo con mayúsculas porque el próximo día 6 de agosto será el día en el que las Piraguas tomarán el Sella, ese es su día, el de ellas, el de los que las reman y conducen río abajo, el de los que gritan y animan desde la orilla, o los que agitan sus brazos desde las apretadas ventanas en movimiento sobre los raíles del tren. Es el día del cañón aunque ya no exista, el de su latido furioso, para recordarnos una vez al año que su memoria sigue viva en todos nosotros. Es el día en el que todo un pueblo tiene la oportunidad de cantar a la vez a nuestra tierra, con amor y respeto, sintiendo esas primeras palabras, querida Asturias... porque primero y sobre todo es querida y, luego, patria.
Palabras escritas desde el alma, quizá desde la distancia, pero también desde la alegría, y ese optimismo fresco, tan vitalista de los asturianos. Quizá por eso nos colgamos del cuello guirnaldas de colores, como si pusiéramos en el balcón esas flores de enamorado a su tierra. Colores que luego se lanzan sobre el río en una sana competición hacia el mar.
Desde Barcelona también pienso en el viaje de vuelta a Asturias, para pasar mis días de descanso, mis días de Sur, como aquel verano en el que Dionisio de la Huerta se subió al tren rumbo a la tierra de su padre con una piragua, para disfrutar del paisaje, del tiempo para vivir, de la amistad, de la alegría y la fiesta.
A veces se nos olvida que hace falta tiempo y espacio para escuchar, para sentir, para ver y saborear. Se nos olvida que caminar descalzos sobre la hierba, sentir la fragancia de la siega, escuchar el rumor de los árboles, u observar desde la colina los riscos escarpados de los Picos de Europa nos acerca a las cosas importantes, nos recuerda de dónde venimos. Nos recuerda, también, que todo lo que somos y tenemos a nuestro alrededor no es sólo obra nuestra, sino el fruto del esfuerzo de muchas personas que nos precedieron. En muchos casos, asturianos que tuvieron que dejar su tierra para tener una vida mejor y darle un futuro a sus hijos. Por eso es nuestra responsabilidad, la de todos y cada uno de nosotros, cuidar, conservar nuestro legado, y en la medida de lo posible mejorarlo.
Este año aplazaré el viaje hasta después de las Piraguas, como muchos de los que vivimos fuera, que desafortunadamente no somos pocos, o como muchos de los que huyen de la masificación ruidosa y desenfrenada que poco o nada tiene que ver con ese Día de las Piraguas. Huyo del ruido ensordecedor ininterrumpido durante varias jornadas (no dejo de preguntarme dónde dormirán los deportistas). Huyo de la suciedad, de la masificación, de la indignación que me produce ver tal perversión del campo y de esta fiesta.
Ojalá que el Día de las Piraguas, de verdad sea, pronto, su Día, no el del ruido ensordecedor, el del asfalto pegajoso y el humo de los coches, el de la basura, el de los excrementos y mal olor, el de la corrupción y el dinero interesado, el del olvido a la tierra y a la fiesta. Hasta entonces, ese día no volverá a ser el Día de las Piraguas.
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