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¿Fueron todos iguales?

30 de Agosto del 2011 - Julio García García (Oviedo)

La Guerra Civil queda ya muy lejos, más de setenta años, pero una izquierda sectaria, resentida y revanchista, incapaz de admitir la derrota y sus consecuencias, se empeña en mantenerla viva, falseándola y tergiversándola hasta extremos inconcebibles.

Como resultado de esa propaganda, que incide principalmente sobre la juventud, se va creando, incluso entre personas no sectarias y de buena voluntad, una opinión que pudiera resumirse así: «La Guerra Civil fue una barbaridad. Todos fueron iguales. Todos hicieron atrocidades». Pero esta opinión es absolutamente falsa, parte de la ignorancia de lo que realmente fue aquel enfrentamiento.

Ni la guerra fue una barbaridad, ni las dos partes eran iguales, ni las represiones son equiparables.

Las guerras son un mal que ojalá pudiese evitarse, pero hay circunstancias en que son inevitables, justas y la realidad actual nos lo demuestra.

No cabe aquí hacer una referencia amplia sobre la guerra, pero vamos a intentar dar un resumen muy corto.

En 1936, la situación de la clase obrera era una clara injusticia social, especialmente en las zonas agrícolas de Extremadura y Andalucía, donde alcanzaba extremos de hambre y miseria.

Ansiosas de salir de esta situación, grandes masas de obreros industriales y campesinos acogieron con entusiasmo las doctrinas marxistas y anarquistas, que les prometían acabar con aquella grave situación.

Entre las tesis marxistas y anarquistas figuraba la necesidad de recurrir a la revolución proletaria, para subvertir el injusto orden liberal-capitalista y establecer la dictadura del proletariado (en la tesis marxista), que destruiría el sistema de explotación capitalista y pasarían los medios de producción y de consumo a ser de propiedad colectiva y tras un período de educación en las ideas marxistas se llegaría a la sociedad igualitaria, sin clases, etcétera, fase final de la evolución económica y social, que sería la sociedad comunista.

El primer intento revolucionario se produjo en octubre de 1934, que fracasó en toda España, si bien en Asturias alcanzó caracteres de guerra civil y exigió la intervención de las fuerzas militares destinadas en África. Después de quince días de lucha, que produjeron cerca de mil quinientos muertos, se restableció el orden.

El segundo intento se inició, más señaladamente, el 19 de febrero de 1936, con llegada al poder del Frente Popular, del que eran parte fundamental los movimientos políticos marxistas.

A partir de esa fecha, el poder real, el dominio de la calle, lo tuvieron las fuerzas marxistas y las anarcosindicalistas.

No cabe exponer aquí, ni siquiera resumidamente, lo que fue la situación de España, entre el 19 de febrero y el 19 de julio de 1936, auténtico estado de preguerra. Los testimonios de esta situación están en todas las hemerotecas de aquel tiempo y de una forma detallada en el IV Tomo de la «Historia de la II República», de Joaquín Arrarás.

De lo que se pretendía, vamos a dar solamente dos testimonios: Francisco Largo Caballero, a quien llegó a considerarse como el Lenin español, pronunció un discurso el 14 de junio, en el campo de maniobras, en el que, entre otras cosas, dijo: «No me cansaré de recomendar a todos la necesidad de unirse, porque ¡camaradas! el movimiento viene a pasos agigantados. Es necesario, urgente, acelerar la organización del Ejército rojo. Las finalidades concretas serán: sostener la guerra civil, que desencadenará la instauración de la dictadura del proletariado; realizar la unificación de éste por el exterminio de los núcleos obreros que se nieguen a aceptarla... porque no hay que olvidar que el acto de fuerza por el que se puede conquistar el Estado es el paso indispensable para hacer la revolución social».

Y ante Largo Caballero desfilaron 15.000 milicianos en perfecta formación militar. Iguales desfiles de milicianos del Ejército rojo desfilaban por capitales y pueblos de España.

El otro testimonio lo constituye el asesinato del diputado y jefe del partido político don José Calvo Sotelo, llevado a efecto por fuerzas del orden público y militantes socialistas, el 13 de julio de 1936. Y ese mismo día el también diputado y jefe del partido de derechas más numeroso, don José María Gil Robles, salvo su vida porque no lo encontraron en su domicilio, pues se encontraba en Biarritz con su familia. Ante esta situación, parte del Ejército, apoyado por fuerzas civiles, se alzaron en armas el 18 de julio de 1936, originándose la Guerra Civil.

Es decir, que el Alzamiento fue absolutamente necesario para impedir que en España se implantase la dictadura del proletariado basada en las tesis materialista marxistas.

Es, por tanto, radicalmente opuesto luchar por la implantación de dicha dictadura, que hacerlo en defensa de una cosmovisión cristiana del hombre y de la vida.

Ahora se está tergiversando lo que realmente fue y se presenta a los que integraron el Frente Popular como defensores de la República, de la legalidad, de la libertad y de la democracia, lo cual constituye una falsedad monumental y un menosprecio para aquellos que de buena fe lucharon y murieron por implantar un sistema similar al soviético, que creían que les traería un mundo justo.

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