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Zapatero y el Valle de los Caídos

10 de Agosto del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Al fin se desveló la gran incógnita que tenía a España en vilo: las elecciones generales tendrán lugar este otoño, el domingo 20 de noviembre; es decir, cuatro meses antes del final de la legislatura. La razón principal para ello aducida por Rodríguez Zapatero, «proyectar certidumbre política y económica», merece escaso análisis porque es la misma que hace unos días utilizaba para justificar lo contrario, el de agotar su mandato. Los verdaderos motivos, pues, han de ser otros.

Es probable que Zapatero ya tuviera decidido el adelanto de la consulta electoral desde finales del mes de mayo, ya que el severo batacazo en los comicios autonómicos y municipales hacía imposible prolongar mucho tiempo la agonía. Eso, unido al deseo del candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, de anticipar las elecciones ante la perspectiva de que la situación económica no iba a mejorar, puede explicar sobradamente la decisión del Presidente. Zapatero, por su parte, justificó la tardía fecha del 20-N en la necesidad de completar algunas de las reformas en marcha y anunció para agosto decisiones para tratar de reducir el déficit público.

Al margen de que quieran convertirnos el 20-N en una fecha aun más señalada de lo que ya lo es, al margen de eso, el anuncio de la convocatoria electoral sólo tuvo de novedoso el entusiasmo que le dedicó el presidente Zapatero. Porque a su ya patológico optimismo le añadió un temple y una alegría que como puesta en escena le puede haber quedado muy bien, pero como rigurosa realidad resultó manifiestamente inexacta e incompleta.

Tampoco abandonó Zapatero su acostumbrada euforia verbal: dijo que las bases de la recuperación están puestas y que la economía «comienza a ofrecer signos positivos», entre los que citó los 155.000 empleos creados en el segundo trimestre. Este dato, sin embargo, significa que la tasa de paro ha bajado sólo cuatro décimas y el empleo sigue siendo precario, sin que la reforma laboral anime a la contratación indefinida, como en su día se prometió. El paro sigue doblando la media de la UE y el desempleo juvenil alcanza un insoportable 46 por ciento.

El líder del PP, por su parte, ofreció un Gobierno centrista y dialogante para no asustar al elector moderado, que sabe, no obstante, que el cambio político por sí mismo no basta para enderezar la economía. No desveló su programa y sólo se limitó a prometer que no habrá recortes sociales. Tanto Rajoy como Rubalcaba dicen estar dispuestos a enfrentarse en debates en la campaña electoral y esperemos que cumplan su palabra para que los votantes puedan decidir sobre programas concretos y claros y sin intenciones oscuras. En otro orden, hay destacados socialistas que siguen pensando que sea el PP el que tome las decisiones: «Que el marrón se lo coma Rajoy».

Entre tanto, y por el bien de todos, es necesario que el actual Gobierno continúe con las reformas pendientes y que el país no se paralice más de lo que está a lo largo de los pocos más de cien días que restan para la cita con las urnas.

A Zapatero le echan los suyos. Unos por acción y otros por omisión han llevado al Presidente al Valle de los Caídos, con el añadido sarcasmo de que el telón se va a bajar, precisamente, un 20-N.

Llamativo es que sean los que empujan hacia el callejón sin salida los mismos que lo sostuvieron durante más de siete años. Según parece, ni el nuevo candidato ni el partido pueden soportar cuatro meses más lo que España tuvo que aguantar durante dos interminables legislaturas. Incluso quedó claro hace unos días, en un extenso editorial del periódico, que el Presidente ya no tiene quién le escriba. A este país en minúsculas que le da la espalda hoy se asocia también el de la P mayúscula.

En absoluto se puede comparar ahora a aquel épico y digno adiós de Adolfo Suárez, ofreciéndose como chivo expiatorio de la entonces joven democracia.

Aunque, por desgracia, actualmente él no puede acordarse, se fue por hacerlo honrosamente bien, por haber unido a una sociedad con pulsiones fratricidas. Zapatero, en cambio, se va de la escena pública tras practicar a conciencia la improvisación y la reapertura de conflictos que estaban ya debidamente cicatrizados.

Mas de cualquier forma que sea, su despedida sí tiene que ser amarga, porque puede decirse que lo empujan los propios, los de casa.

Así que, casi sin percatarnos, hemos pasado del «¡váyase, señor González!» al «¡vete ya, compañero José Luis!»

José Antonio Gutiérrez González

Piedras Blancas

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