Somalia: algo habrá que hacer
Algo habrá que hacer ante un mundo globalizado que mira hacia otro lado cuando de hambrunas y pos-catástrofes se trata. ¡Sálvese quien pueda! parece ser la orden, y tiren los flotadores sólo a quienes de los que se están ahogando tengan especial interés para nuestros egoístas propósitos.
Somalia ayer y hoy. La información que nos llega a la mayoría de las personas es que la sequía destrozó las cosechas de sus habitantes y que el hambre y la sed se apoderó de ellos. Superficialidad ante un problema político profundo y sangrante. Profundo, porque no es una situación de crisis pasajera, Somalia arrastra una larga y trágica historia político-económica. Sangrante, por la pasividad que muestran los organismos oficiales que deben velar para que nunca llegue a suceder ni la millonésima parte de lo que está sucediendo en este lugar africano.
Declaraciones tardías de la ONU, lamentos que no dan de comer ni de beber, ni devuelven la salud ni la vida a tantísimos damnificados. ¿Es que acaso la crisis económica de los países ricos no permite ir más allá de sus intereses particulares? ¿Por qué la intervención armada en determinados países africanos es considerada por este organismo necesaria e imprescindible para derrocar a sus fieros dictadores? ¿Por qué en nombre de la paz y de la libertad se interviene en unos países y en otros no?
Somalia ayer, hoy, ahora. Etiopía: igualada.
Hace tiempo que he llegado a la penosa conclusión de que hay países de distintas categorías, dictadores de distintas categorías, personas de distintas categorías. Y no por el estado belicoso en que sus países se encuentren, y no por el sometimiento despiadado de sus mandatarios, y no por las penurias que sufren sus gentes, sino por las conveniencias de mercado y la posible desestabilización de las economías de los Estados más poderosos.
Duele que sean ellas, las imprescindibles ONG, las que sean siempre las encargadas de actuar como parches terapéuticos para restañar tan grandes heridas.
Duele el rostro de la hambruna, duele la impotencia, duele la pasividad de los bolsillos, duele el ruido del silencio, duele las miradas de los niños que aún resisten, duele los caídos en el camino, duele la desesperanza, duele los llantos del duelo. Duele esta forma de genocidio.
A las gentes de bien, entre las que me incluyo, las injusticias nos patean el corazón y la impotencia nos lo arrebata. Pero nunca seremos cómplices del ruido de estos silencios.
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