A propósito del artículo «Los recién llegados»
El miércoles, día 3 de agosto, leía este diario a la par que disfrutaba del paisaje entre Oviedo y la marina lucense gracias a la velocidad de vértigo de lo que será, sabe Dios cuándo, el miniAVE del Cantábrico, y me agradó el artículo de mi compañera de estudios universitarios y amiga María Jesús Álvarez González. Sin afán de entrar en polémica, no es el objetivo de este escrito, me apetece opinar sobre dos de sus reflexiones: la primera, sobre el concepto que se tiene de los políticos, y la segunda, la cuestión de la paridad.
La última encuesta del CIS vuelve a poner de manifiesto que los políticos nos hemos convertido en un problema para los ciudadanos, justo lo contrario de lo que debemos ser. Cualquier persona puede preguntarse simplemente por qué. No hace falta dar muchas vueltas al asunto. Nuestro país sigue inmerso en la tan llevada y traída España de las oportunidades, pero en vez de la milicia, la Iglesia o la guerra para vivir y escalar en la pirámide social como ocurría en la Edad Moderna, ahora es el arte de la política el instrumento al que se adhiere un considerable número de señores y señoras para hacer de ella su oficio y beneficio a costa del ciudadano de a pie. Esto conlleva que las personas que obedecen a esa tipología sacan lo peor de su ser, mejor, lo que verdaderamente son, ruinos, mezquinos, caciques. Desgraciadamente, no se libra ningún partido político porque tampoco se preocupa de disponer y aplicar los mecanismos necesarios para que la gentuza no llegue a alcanzar cotas de responsabilidad política. En este sentido, conviene admitir que muchos asturianos han confiado su voto con ilusión a un partido de aparición reciente, Foro Asturias, y por eso ha alcanzado la cifra de dieciséis diputados, porque entre otras cosas los asturianos decidieron no confiar en los dos grandes partidos de ámbito nacional; no obstante, esta formación no se ve, pese a la corta vida que tiene, ajena al modus operandi de los «partidos clásicos»; por ejemplo, filtración de nombres de candidatos para «quemarlos» porque ya no interesan, se ofrece un puesto y a las cuarenta y ocho horas se desdicen ofreciendo otro a modo de encaje en tal o cual organigrama, presentan la callada por respuesta o en el mejor de los casos intentan justificarse y pedir con la boca pequeña disculpas a través de las impersonales ondas de la telefonía móvil. Una vez más y para desgracia nuestra, se cumple la frase de Lampedusa: «Todo cambia para seguir igual». ¡Pobres de nosotros!, el pueblo una vez más sigue siendo el toro y algunos de los representantes de la clase política los toreros, pero ¡qué toreros!
La cuestión de la paridad es un debate estéril, no conduce a nada, pues la composición de una lista electoral, de un equipo de gobierno no es cuestión de sexo, sino de seso, y mientras no superemos esta solemne estupidez engendrada por un innecesario Ministerio de Igualdad, cobijado ahora en una Secretaría de Estado, mal vamos.
La solución, quizás utópica, para nuestro país y con la finalidad de fortalecer la democracia sería la propuesta de listas abiertas porque, por un lado, se limitaría el acceso de determinados sujetos y, por otro, los recién llegados dejarían de cometer torpezas en el desempeño de su función. Es lamentable que los ciudadanos, a la vista de la degeneración a la que ha llegado la política y de la mediocridad de la inmensa mayoría de sus representantes, solamente pidan honradez, transparencia y seriedad, algo que se debe dar por supuesto.
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