Indignada con la Universidad de Oviedo
Me entero, algo tarde, de que la Universidad de Oviedo ha denegado la concesión de profesor emérito a nueve catedráticos. Supongo que todos ellos avalaban suficientes razones científicas para, siquiera, respaldar la propuesta. Pero he tenido el privilegio de conocer a uno de ellos, don Juan Ignacio Ruiz de la Peña, y estoy indignada por tan lamentable decisión. El profesor Ruiz de la Peña formó parte de mi tribunal de tesis doctoral, y desde entonces, julio de 1987, mi relación profesional ha sido ininterrumpida, por lo que doy fe de su magisterio y entrañable personalidad humana. Me siento indignada al ver cómo se desprecian los valores científicos y humanos de un «viejo magisterio» que, como en el caso del profesor, aquilatan saberes y valores morales, hoy desgraciadamente soterrados por el ahormamiento reduccionista de Bolonia y sustituidos por la diosa tecnología. Nada descubro si digo que Juan Ignacio Ruiz de la Peña responde a ese molde de humanismo y humanidad tan caro. Pudor siento al rememorar su intachable y excelente currículo docente e investigador. Cualquiera, incluso los recientes jóvenes medievalistas, conoce su identidad como profesional. Su «Introducción a la Historia Medieval» es un icono de la historiografía con el que nos hemos formado tantos y tantos investigadores, libro aún hoy de insoslayable utilidad.
No voy a pormenorizar su extenso y valioso currículum con más de cien aportaciones historiográficas, pues tanto el medievalismo europeo e hispanoamericano como la sociedad ovetense saben de sobra de quién estamos hablando. Sin embargo, parece que la propia Universidad de Oviedo, a la que tanto prestigio ha dado el querido maestro Ruiz de la Peña, mira para otro lado. Desconozco las razones concretas de tan descabellada decisión. Presumo que «la crisis» obliga a recortes, aunque no se ponderen bien los resultados. Estoy profundamente indignada por tan injusta decisión, que prescinde de personas que, como el profesor Ruiz de la Peña, han dado todo a la Universidad. Un maestro brillante, ameno, riguroso y cariñoso, que conoce bien de lo que habla y escribe –y habla y escribe bien de lo que conoce–, que transmite lo mucho que sabe a sus discípulos, que tiende puentes, que es ejemplo de sabiduría, admiración y respeto.
Me siento indignada, maestro. Sólo quiero que sepas que como yo somos muchos los indignados, los que te queremos y no te olvidamos. Si la Universidad de Oviedo se permite este derroche de ignorancia y el lujo de prescindir de maestros como tú, ¡que inventen ellos!
María Martínez
Catedrática de Historia Medieval en la Universidad de Murcia
Murcia
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