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De fútbol y banderas

3 de Septiembre del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas (Castrillón))

Evidentemente, si un puñado de muchachos gallegos, asturianos o de cualquier otra comunidad, forman parte de un equipo deportivo internacional que representa a España, la exhibición de distintivos y blasones que no sean los nacionales –máxime cuando actúan en el extranjero–, por mucho que esos jóvenes sientan los colores de su patria chica, sobran todos ellos. Otra cosa distinta será cuando esos chicos lleguen a sus respectivas localidades.

Las ostentaciones de diversas banderas, es en el fútbol donde más concretamente se dan, se han convertido en nuestro país en un problema reseñable de imagen muchas veces identificado como rigurosamente político.

El pasado día 1 de este mes de agosto, en Rumanía, la selección española de fútbol sub-19, ha ganado merecidamente la Copa de Europa. Un triunfo más para España en este deporte en el que por fortuna hemos dejado de ser, como país, la cenicienta para convertirnos en princesa.

En una posterior pose de fotos del equipo campeón aún sobre el campo de juego, junto a la bandera nacional uno de los jugadores, Juan Muñiz, gijonés él, desplegó y se cubrió con la enseña de Asturias que, al parecer, se la había entregado su madre para festejar el título. El entrenador del equipo, Ginés Meléndez, imaginamos que con buen criterio, aduciendo que la selección era la de España y sólo la bandera española debería estar presente, se la arrebató con airados y desproporcionados modos y gestos.

Salvo los modales y las formas empleados por el seleccionador, el resto quedó asumido. No obstante, el incidente ha encendido algunos ánimos y provocado cierta polémica (cosa habitual, por otra parte, entre nosotros los españoles). Sigue habiendo opiniones para todos los gustos. El hecho en sí, estimamos, no debiera alcanzar mayor análisis: se puede jugar bien al fútbol como seleccionado nacional y seguir teniendo mucho cariño a los colores de la región que le ha visto nacer y le aupó hacia el éxito deportivo. Sobre la bandera de Asturias, eso sí, debió ser aleccionado previamente.

Insisto, no debiera dársele mayor importancia a la cuestión, pudo haber sido un acto reflejo y para nada nos lleva a pensar en una falta de sentimiento nacional, ni que el regionalismo evidenciado por el muchacho asturiano fuera una demostración de contenido político.

A modo anecdótico, el pasado año por estas fechas, cuando las celebraciones exitosas del equipo español en la Copa del Mundo de fútbol, en Johannesburgo, varios jugadores de la selección (prefiero no mentar nombres), esgrimieron, blandieron y mostraron reiteradamente la señera catalana y, salvo aislados comentarios en prensa, que sí los hubo y algunos bastante críticos, todo pasó a mejor vida sin que la gran mayoría de aficionados se rasgara las vestiduras.

Por eso, en lo sucesivo y en evitación de que simpatizantes de banderías políticas, ante un evento que como españoles nos permita acceder a un podio en suelo extranjero, puedan desbarrar en favor o en contra, sobre colores y pendones, prevengamos y prohibamos firmemente a los condecorados de toda expresión física y/o verbal que pueda dar pie a interpretaciones insidiosas.

En definitiva, en absoluto podemos dejar que se politice el deporte.

Y, por si quedaran en nuestro suelo patrio aficionados al fútbol que en este caso concreto traten de poner en tela de juicio la honesta actitud del joven deportista gijonés (nosotros estamos persuadidos de ello), promesa del balompié nacional, les remitimos a don Pelayo y su Reconquista; si Asturias y los asturianos no son España, ¿quiénes con más compromiso son españoles?

José Antonio Gutiérrez González, Piedras Blancas

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