Erre que erre
Como se pueden imaginar, este título es referido a esa persona que usa la inicial de su apellido para convencer a los reacios de su bonhomía. Como animal resabiado, busca su regeneración a través del reclamo de unos adjetivos, como si esto fuera un espejo en el que se reflejara la realidad.
Resulta casi increíble que alguien que lleva tantos años viviendo de la política estuviera callado hasta ahora. ¿Por qué razón renuncia a esta cómoda postura? ¿Acaso la regencia en la sombra de los gobiernos no le ha permitido renovar la retorcida manía de un Rodríguez Zapatero que se regocijaba engañando a los españoles?
Mire usted, señor Erre, no soy analista político ni pretendo darle consejos. Parece ser que es usted una buena persona, según sus amigos. Permítame que lo dude. Aquel que tiene soluciones mágicas para los graves problemas que aquejan al país no espera años para regenerarlo; si así actúa no puede ser recto en su proceder. Es más, podría decirle de él que es rastrero, ruin, retorcido, ramplón y vulgar. Puede llamársele ratón o rata por el daño que ocasiona en la oscuridad de los rincones en los que habita.
Es posible que se plantee usted el reto de erigirse en representante de este pueblo que aguanta todo: que le roben, que lo embauquen, que lo traten como rebaño ovino; cuando éste se deja manipular por el reaccionario salvapatrias. Como rojo puede usted persuadir a nostálgicos, ilusos y a todas esas masas que, en algunos casos, adolecen de criterio y creen que usted está contra la banca, el clero y el Ejército.
¿Cómo se puede ser responsable de la ruina del país y decir que se tienen recetas para recuperarlo? ¿Acaso alguien puede creer su reconversión? Me refiero a sus utópicas medidas.
Sé que a usted, como empresario, le preocupan sus obreros. No es para menos ¡Hay tanto recomendado en su compañía! Pero no deseo que recele de ellos: recíclelos, aunque no sean muy eficientes. Siempre se podrán lograr ciudadanos respetables que presten un servicio a la sociedad que les retribuye. Hasta de los residuos ociosos se puede obtener alguna satisfacción.
Como se puede ver, soy recalcitrante, terco, y por eso sigo erre que erre con mis consejos.
Señor Erre, da usted un doble perfil como político. Es desafortunada la idea de sus asesores de imagen al escoger como lo más llamativo de su persona vulgares adjetivos, pensando en que la inicial de su patronímico lo reafirmará en el poder. Sea reflexivo. En toda persona que aspire a la regencia de un país lo que debe destacar es su biografía. Pero, claro, qué ocurre con la suya en este caso, que la salpican ciertos acontecimientos indeseables: Roldán, Rafael Vera, Filesa, Afinsa, GAL, Corcuera el del PP (patada en la puerta), cínicos como Solana, Juan Guerra y todos aquellos que aumentaron o crearon un patrimonio que no tenían. No se puede, señor Erre, no se puede presentar semejante tarjeta porque ¡no me diga que no estaba usted en el Gobierno! ¡Como el cardenal Richelieu, que concentraba todo el poder en él! También se parece mucho, señor Erre, a Rasputín, en cuanto taimado. Mire usted, señor Erre, por mí el tema «requiescat in pace».
No deseo seguir por aquello de que no suelo regodearme con lo malo. ¡ Allá usted y su mala conciencia!
Se despide y le reitera la más enérgica repulsa este «Ferreiro» que le mentó algunos adjetivos y apelativos de su cosecha que comienzan con erre. Por cierto, mi DNI también tiene la letra R.
Haxa salú.
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