La Nueva España » Cartas de los lectores » Los cuatro evangelistas y alguno más

Los cuatro evangelistas y alguno más

17 de Septiembre del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

De inmerecidos califica Esteban Greciet los sarcasmos con que sus colegas de LA NUEVA ESPAÑA (19.08.11) gratifican la visita del Papa. Inmerecidos desde luego, D. Esteban; pero muy graciosos. Y la gracia, para serlo, tiene que ser gratuita, es decir, inmerecida. Lo injusto está en que estos brillantes sarcastas refuerzan la posición de privilegio de la Iglesia al hacerla objeto exclusivo de sus graciosos sarcasmos cuando ahí tienen, sin ir más lejos, los enhiestos minaretes de los hermanos musulmanes (que de credulidad no deben de andar cortos). ¿No se merecen ellos la gracia de algún inmerecido sarcasmo? En aras del pluralismo habrá que ir pensando en repartir también los golpes bajos y no solo los guiños y las palmaditas de la alianza de civilizaciones.

Es curioso el intento recurrente de interpretar mejor el mensaje cristiano que la propia Iglesia, nota Greciet. En efecto, en cuestión de evangelistas nuestro periódico está incluso sobreequipado. Cada vez que se acerca el Papa, ruge José Manuel Ponte como el león de San Marcos, mientras allá en lo alto se cierne Matías Vallés, ojo avizor, cual águila de San Juan. Imposible no asociar a Carmen Gómez Ojea, aunque sea de Gijón, con el toro de San Mateo que embiste (y hasta jura en Arameo).San Lucas podría ser Amadeu Fabregat, pues solo bajo la inspiración se puede describir a Dios y su delegado terrícola mano a mano, preparándole a Rajoy la próxima campaña del PP (aunque también se podría leer eso como una versión moderna del Apocalipsis). Aprovecha Amadeu para concluir, antes de que le baje el subidón, que hay imágenes del público asistente (a las liturgias de la JMJ) que podrían intercambiarse con las de un concierto de Lady Gaga (LNE, 21.08.11). Eso; aunque haya que fijarse mucho o mirar con mucha fe; aunque sea de la mala.

Lo que dice Greciet. Cada uno en su estilo y donaire, evangelizando a la Iglesia mientras el Vaticano, ese Sanadrín de fariseos presidido por Caifás, se mancomuna con Pilatos para crucificar al Cristo en cuanto le echen el guante. Escenario la mar de original que de habérsele ocurrido a Dostoievski podría haber escrito El Gran Inquisidor. No son las únicas, esas plumas de postín, en practicar con los creyentes el terrorismo incruento de la irrisión (la deslegitimación por el ridículo), que no mata por herida sino paralizando. El descreimiento (que, dicho sea de paso, tiene tanto que ver con el cociente intelectual como la alopecia o el grupo sanguíneo) lo exhiben como credencial de la más depurada inteligencia y alicatada modernidad.

El argumento implícito es que nuestros ancestros de Atapuerca debieron de ser una horda de teólogos y teólogas que si se comían los bisontes crudos era porque se pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio en empeños al filo de lo imposible, como el de meter en la misma casilla la libertad y la gracia; y no hay tiempo para todo (Por qué se extinguieron los Neanderthal que eran los más listos, si no por comerse el coco con el másallá). Progresar es descreer y viceversa. La prueba es que hay millones de ateos (tantos por lo menos como de creyentes) que no sabrían hacer la O con un canuto por más tiempo que les des. La ignorancia es (parafraseando a Descartes) la cosa mejor repartida del mundo ya que nadie se queja de que no le haya tocado bastante. En materia de presunción, en cambio, los anticlericales hispanos entran en el ranking de las grandes fortunas.

El catolicismo como residuo de la credulidad, de los que todavía van a misa; de los retrasados que no progresan en conocimiento (del Evangelio según S. Ponte). El fósil residual y milenario de la Iglesia entre Atapuerca y esta posmodernidad de provincias, encantada de haber llegado a la terminal del progreso. Así describe Nietzsche al último avatar de lo humano (el que llega con la muerte de Dios): Hacen guiños y se dicen, frotándose las manos, hemos inventado la felicidad. Las imitaciones desmerecen del original; entramos en el s. XXI con un positivismo más grosero que el del s. XIX. Confundiendo racionalidad y ciencia, las cuestiones metafísicas se despachan en laboratorios de física y química; o de farmacia, como si fueran cepas de cultivo. Cuando Kant dejó tan claro que lo que es imposible como ciencia es inevitable como metafísica.

El Papa profesor, Ratzinger, al defender a brazo partido esa especie de extraterritorialidad de la trascendencia, está defendiendo proféticamente la Würdigkeit kantiana, el absoluto intangible de la dignidad de la persona. Lo humano como fin, jamás como medio. No van muy desencaminados los anticlericales (y entre ellos, una de sus facciones más activas, la de los cristianos progresistas) cuando denuncian el poder de la Iglesia. La Iglesia es un contrapoder, una exterioridad de lo político en la que las conciencias pueden afirmar su libertad frente a cualquier ingerencia secular. Esa exterioridad irreductible de la Iglesia, irritante para cualquier poder, la percibe como desafiante e insufrible todo poder de inspiración/aspiración totalitaria. Es sintomático que los activistas a pie de calle (que no sabrían poner fecha ni a la guerra y a la república) recuperen en su retórica, frente a los creyentes, la épica frentepopulista de incendios y de matanzas (por cierto, el del clero español en el 36 es el único genocidio no condenado hasta hoy). Iluso Azaña. España sigue siendo católica en el peor sentido (para ellos) de la palabra, el de la romanidad. Pese a que tanto evangelista ilustrado le anuncie la buena nueva genuina a los cinco vientos.

Cartas

Número de cartas: 46044

Número de cartas en Septiembre: 148

Tribunas

Número de tribunas: 2086

Número de tribunas en Septiembre: 8

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador